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05 de Enero, 2011 · General

La estructura poemática del Otoño del patriarca de Gabriel García Márquez




 Reynaldo Marcos Padua, PhD

 

                En este trabajo nos acercaremos a la novela del escritor Gabriel García Márquez, para explorar la posibilidad de demostrar la existencia de una estructura poemática en una obra narrativa en prosa. La segunda gran novela de GGM después de su éxito editorial sin precedentes, Cien años de soledad, trajo al autor el inmenso reto de superar su propia creación. Se nota el tanteo del escritor en innumerables publicaciones y entrevistas. El reto era sumamente grande no solo por tratarse de la sombra que podría hacerle su obra maestra sino porque él había anunciado desde bien temprano la salida de un libro donde la figura del dictador latinoamericano sería la figura central. Resulta sumamente interesante el hecho de que GM en más de una ocasión insiste en el carácter poemático de la novela, "(...) porque yo quiero que sea un gran poema sobre la soledad del poder. Entonces hay que escribirlo como se escriben los versos: palabra por palabra."[1] En esta entrevista el autor menciona que la novela será un monólogo algo que, como veremos más tarde, no se publicará de esta forma. Hay que tener presente que existe mucho trecho entre lo que el escritor plantea y lo que finalmente logra; sin embargo, la lectura de la novela de inmediato nos revela una obra que en términos del trato del lenguaje bordea en su factura poemática.

                Esta aseveración que nos remite al hecho constatable de su lectura, plantea un problema esencial: ¿qué hemos de entender por una novela poemática? Pues, si hablamos de poesía en cuanto a narrativa corremos el riesgo caer en una lamentable contradicción. ¿Cómo y por qué un novelista puede ser poeta?  Si presumimos que el lirismo de unos pasajes es común en muchas novelas, este hecho de por sí no confiere el carácter de novela poemática a una novela, salvo que queramos ver la poesía únicamente reducido a un aspecto singular de la poesía lírica.

                Aristóteles confiere el rango de poeta al narrador épico como Homero aunque toma en consideración la capacidad versificadora de Empédocles para hermanarles en la poeticidad. Para Aristóteles la mimesis resulta la elaboración de la fábula entendida en aquel mundo cerrado donde todo era una totalidad conocida. El mundo mimetizado por GM, por el contrario participa de la degradación que ya el estagirita vislumbró para la comedia: "mimesis de hombres inferiores, pero no en todo el vicio, sino lo risible, que es parte de lo feo..."[2]

                Así creemos que para entender la estructura poemática del Otoño del Patriarca hay que partir de la idea de que GM ha creado una novela que, como tal participa de la condición épica que le es dable a este género en la época actual. Lukács[3] nos dice que la novela es la epopeya de un tiempo en que la totalidad original que, disfrutaba digamos el mundo griego, ya no es está al alcance inmediato, "la inmanencia del sentido de la vida se ha vuelto un problema" y sin embargo la misma no cesa de aspirar a la totalidad. Por eso más adelante señala que sería un criterio superficial si buscaramos en el verso o la prosa la distinción entre lo que es novela y epopeya.

                Al comparar la capacidad de crear distancia del verso épico, de excluir la trivialidad y el verso subraya la gravedad. El verso épico ordena la totalidad de la vida. De ahí entonces que la prosa, en los tiempos modernos de la pérdida de la espontaneidad - y excluido el verso sólo para la poesía lírica- es que capta "la gravedad y la espontaneidad conquistada de un mundo que resplandece con su sentido inmanente ahora descubierto". Nos dice además Lukács que la prosa en este sentido, hoy, posee como otrora el verso épico, el arte de dominar la distancia. Y más adelante completa la idea de que la epopeya forma una totalidad de vida acabada en sí misma en tanto la novela ha de buscar el definir y edificar la misma totalidad secreta de la vida.

                Si partimos de estas ideas sobre el género es porque nos parece que GM no ha sido caprichoso en su aserción de que quiso construir una novela que se leyera como poema, o diríamos que tuviera una estructura poemática. Como hemos de tomar al autor su palabra porque entendemos que el texto apunta a esa dirección, pensamos que las ideas de Lukács aquí señaladas tienen como propósito encuadrar la idea de que El Otoño del Patriarca es un tipo de epopeya puesto que es una novela. La elección del autor en conferirle un tratamiento de poema es algo a demostrar en el texto y en el apoyo crítico que sea pertinente. Es necesario enunciar un problema adicional. GM no desarrolla esa épica poemática en el sentido de la expresión de un lirismo resultante de estados de ánimo que aspiran a un disfrute de la belleza, o a evocaciones o, recordando la postura de Lukács, donde "un instante se eterniza" en el cual se ha inventado una mitología proteiforme; no se puede negar que su prosa, en especial esta obra guarda mucho de esto, sin embargo, es necesario aclarar que ese lirismo que corre por esa corriente va contrapunteado por un desconcertante feísmo, por una efervescencia de imágenes inicuas que ponen en escena una mixtura grotesca.

 

En otro diciembre lejano, cuando se inauguró la casa, él había visto desde aquella terraza el reguero de islas alucinadas de la Antillas que alguien le iba mostrando con el dedo en la vitrina del mar, había visto el volcán perfumado de Martinica, allá mi general, había visto su hospital de tísicos, el negro gigantesco con una blusa de encajes que les vendía macizos de gardenias a las esposas de los gobernadores en el atrio de la basílica, había visto el mercado infernal de Paramarino, allá mi general, los cangrejos que se salían del mar por los excusados y se trepaban en las mesas de las heladerías, los diamantes incrustados en los dientes de las abuelas negras que vendían cabezas de indios y raíces de jengibre sentadas en sus nalgas incólumes bajo la sopa de la lluvia, había visto las vacas de oro macizo dormidas en la playa de Tanaguarena mi general, el ciego visionario de la Guayra que cobraba dos reales por espantar la parva de la muerte con un violín de una sola cuerda, había visto el agosto abrasante de Trinidad, los automóviles camonando al revés, los hindúes verdes que cagaban en plena calle frente a sus tiendas de camisa de gusano vivo y mandarines tallados en el colmillo entero de un elefante, había visto la pesadilla de Haití, sus perros azules, la carreta de bueyes que recogía los muertos de la calle al amanecer, había visto renacer los tulipanes holandeses en los tanques de gasolina de Curazao, las casas de molinos de viento con techos para nieve, el trasatlántico misterioso buque atravesaba el; centro de la ciudad por entre las cocinas de los hoteles, había visto el corral de piedras de Cartagena de Indias, su bahía cerrada por una cadena, la luz parada en los balcones, los caballos escuálidos de los coches de punto que todavía bostezaban por el pienso de los virreyes, su olor a mierda mi general, qué maravilla, (OP p.43)[4] La tirada que acabamos de mostrar reviste numerosos elementos de la poesía lírica y probablemente de su pariente cercano, el cuento. No es difícil recordar el cuento de Borges “El Alef”, en su enumeración de visiones estilizadas. Sin embargo la plasmación sistemática de las imágenes observa una objetividad épica que recuerda las características enumeraciones de descripciones de armas, escudos, caballos y sus palafrenes, barcos detallados que se consiguen en la epopeya homérica y sin duda alguna en su homóloga hindú. El otro elemento importante a señalar es la grandiosidad espectacular típica de la narrativa épico-clásica. No es nuestra intención atiborrar de ejemplos un elemento que puede comprobar cualquier lectura de la novela, pero sí es necesario destacar lo que me parece que no es un golpe intuitivo o circunstancial que ya he mencionado: la epicidad deliberada. Con una nota de advertencia que bien nos señala Carlos Fuentes pues la tilda certeramente de "épica degradada".[5]

                En medio de todo el vértigo carnavalesco que permea la obra en numerosas escenas podemos notar en ésta el elemento paródico de lo épico: sintió en el horizonte los tambores de conjuro que salían al encuentro del desastre, escuchó lamentos lejanos, los rumores del limo volcánico de las muchedumbres que se prosternaban de terror ante una criatura ajena a su poder que había precedido y había de trascender los años de su edad, (p.83)

O esta otra escena

“…cuando empezó el tropel de los redoblantes, las cornetas, los cohetes, la gente que gritaba que ya viene el hombre, ahí viene, que preguntó quién era el hombre y le habían contestado que quién iba a ser, el que manda...que se trepó en el travesaño de una ventana para mirar mejor por encima del gentío y vio la escolta de caballos con gualdrapas de oro y morriones de plumas, vio la carroza con el dragón de la patria, el saludo de una mano con un guante de trapo,” (OP p.261)

                Es, sin embargo, más significativo el hecho de que GM haya explícitamente indicado que en su novela se hace un homenaje al poeta hispanoamericano. En esta novela Palencia-Roth cita al novelista diciendo que "no se ha hecho un homenaje a Rubén Darío como en El otoño del patriarca. Ese libro tiene versos enteros de Rubén. Fue escrito en estilo de Rubén Darío. Está lleno de guiños a los conocedores de Rubén Darío, porque yo traté de promediar un poco cuál era en la época de los grandes dictadores el gran poeta y fue Rubén Darío (...) Creo que es más un poema que una novela. Está más trabajado como poema que como novela."[6]

                Este crítico citando a Michele Sarrauiih destaca que toda esta novela es "una glosa minuciosa del nicaragüense, donde se escuchan los adjetivos `unánime', `raro',` infantil', esdrújulas y aliteraciones dignas del modelo, tales como las `tetas totémicas' de Leticia"[7] Y es aquí que se pone de manifiesto la intertextualidad de un poema de aliento épico de Darío cuyo sentido bufo deja GM resonar al final: en un rincón del palco en penumbra desde donde vio sin ser visto al minotauro espeso cuya voz de centella marina lo saco en vilo de su sitio y de su instante y lo dejó flotando sin su permiso en el trueno de oro de los claros clarines de los arcos triunfales de Martes y Minervas de una gloria queque no era la suya mi general, vio los atletas heroicos de los estandartes los negros mastines de presa los fuertes caballos de guerra de cascos de hierro las picas y lanzas de los paladines de rudos penachos que llevan cautiva la extraña bandera para honor de unas armas que no eran las suyas, vio la tropa de jóvenes fieros que habían desafiado los soles del rojo verano las nieves y vientos del gélido invierno la noche y la escarcha y el odio y la muerte para esplendor eterno de una patria inmortal más grande y más gloriosa de cuantas él había soñado en los largos delirios de sus calenturas de guerrero descalzo, se sintió pobre y minúsculo en el estruendo sísmico de los aplausos que él aprobaba en la sombra pensando madre mía Bendición Alvarado eso sí es un desfile, no las mierdas que me organiza esta gente, sintiéndose disminuido y solo, oprimido por el sopor y los zancudos y las columnas de sapolín de oro y el terciopelo marchito del palco de honor, carajo, cómo es posible que este indio pueda escribir una cosa tan bella con la misma mano con que se limpia el culo, se decía, tan exaltado por la revelación de la belleza escrita...” (OP p.194-195)

                Podemos darnos cuenta que GM persigue dos fines para la incorporación de los versos del conocido poema de Darío “Marcha triunfal”: la primera es parodiar la poesía lírica en su intención de resonancia épica especialmente en el contexto en que se da la producción de este poema, es decir, en la América hispana de las dictaduras donde la heroicidad ha sido convertida en nula por el poder omnipotente de las dictaduras. En el contexto de la novela resulta una ironía de marca mayor un pueblo sometido por la bota feroz de un dictador prácticamente analfabeta aplaudir a un poeta de la talla de Darío, no por la celebridad que es sino por la potencia que implica la admiración divina que genera el autor de un poema que evoca glorias patrias que son precisamente lo que no existe en el mundo del patriarca. La poesía es capaz de conmover a un hombre como el mismo Nicanor Alvarado que de momento cae presa de la admiración por la revelación de la belleza, algo que vemos no le resultaba totalmente ajena pues él mismo desde inicios de la novela se revela como un admirador de Darío: "porque un domingo de hacía muchos años se habían llevado al ciego callejero que por cinco centavos recitaba los versos del olvidado poeta Rubén Darío y había vuelto feliz con una morrocota legítima con que le pagaron un recital que había hecho sólo para él," (p.8) Palencia-Roth refiere que GM, "indica que lo más difícil para un escritor latinoamericano no es la invención de un mundo -pues éste lo tiene ya hecho y completo -, sino el dominio de un lenguaje capaz de abarcar toda la increíble realidad latinoamericana."[8]

                Este es pues el elemento clave para la superación del problema que ha de habérsele planteado a un narrador como el que estamos discutiendo. Creemos GM ha buscado en la función poética una salida a la superación del problema de trascender los senderos ya trazados en su narrativa anterior. La realidad tragicómica de los relatos y anécdotas que han quedado en récord de los diversos tiranos que ha producido la realidad particular de los pueblos hispanoamericanos, realidades de hechos de corte hiperbólicos en la mayoría de los casos hubiera obligado al escritor a ser un mero reportero de hechos ya sabidos. Su problema esencial reside en trabajar un material novelesco que, en cuanto a materia bruta, resulta demasiado estrecho para la creación. Narrar la vida de un personaje como el Dr. Francia, Trujillo, Ubico, el teósofo Maximiliano Hernández y toda una galería mayor que Fuentes reseña en su trabajo ya mencionado aquí en otra parte, era un reto que, en razón de sus anecdotarios extravagantes e hiperbólicos y sus crueldades inverosímiles, habría resultado en una competencia desleal con el modelo, superior en sus absurdos. Se añade al hecho la tradición del tema y la circunstancia de que en el momento de elaboración de la obra dos escritores más habían hecho público su intención de escribir sobre el mismo tema: Roa Bastos y Carpentier.

                La solución más atinada la toma el narrador al afirmar que leyó todo lo que se conocía sobre las vidas de los distintos dictadores "con el propósito de que el libro que pensaba escribir se pareciera lo menos posible a la realidad."[9] En otras palabras GM lucha con unas figuras que ya son una suerte de mito. Es por eso que el colombiano considera el carácter mítico del dictador. Por eso refiere en una entrevista que su libro sería "una enorme visión delirante de ese enorme animal de delirio que es el dictador latinoamericano."[10] También ha señalado que el dictador es el gran mito latinoamericano, por lo que entendemos que la adopción de una estructura poética fue para el autor la alternativa necesaria y viable en esta empresa creativa. Para esta circunstancia creemos que la demarcación de la estructura prosística dentro de un encuadre poético dentro del trabajo de GM como opción fundamental en la elaboración del tema de la dictadura latinoamericana, su trabajo a nivel formal del lenguaje ha sido efectivo. La conciencia del trabajo poético que demuestra el narrador trasciende cualquier postura romántica al respecto. No es vana su elección de un modelo paradigmático en la obra de Darío. Ahí conjuga en sus mejores logros la conciencia artística formal del conocimiento del oficio del poeta como un descubridor y orfebre del lenguaje. La aserción de GM de escribir la obra como poema que le obliga a trabajarla palabra a palabra desestima la idea de una poesía "inspirada" e hija de una espontaneidad catártica. No que la nombrada inspiración no forme parte de toda conciencia creadora, sino la postura real de que trabaja con palabras.

Octavio Paz - poeta y reflexivo ensayista sobre el asunto- ha señalado que: "Todo periodo de crisis se inicia o coincide con una crítica del lenguaje."[11] García Márquez ha dicho que el problema del poder es un tema que personalmente le preocupa. Llega incluso a expresar que tras el tema del poder está el tema de la soledad del poder y la soledad es un tema reiterativo en su obra. De modo que su postura análoga a la del poeta lírico en el acercamiento al trabajo de esta novela, es personal, es poético en tanto le sirve para el descubrimiento personal de unas preocupaciones íntimas. Si como dice Lukács [12]el lirismo consiste en ignorar que la primera naturaleza (el mundo de la convención) ha devenido para nosotros un conjunto de fenómenos, el autor apoyado en esa ignorancia inventa una mitología proteiforme de la sustancialidad subjetiva. De ahí que el poeta, por medio del lirismo consiga la revelación, el desciframiento de arcanos perdidos. El problema con la aserción de Lukács es que añade que el sujeto que tiene esa experiencia se vuelve el único portador de sentido, la única realidad verdadera. En este sentido la forma técnica del desarrollo de esta novela salva el problema al transferir el discurso narrativo a unas voces colectiva que hacen un yo plural del que hablaremos más adelante. García Márquez ha dicho que "esta historia está basada en experiencias personales. Es decir, son elaboraciones poéticas mías que me sirven para expresar lo que quiero en este caso, que es la inmensa soledad del poder; y creo que para expresar la soledad del poder no hay ningún arquetipo mejor que el del dictador latinoamericano, que es el gran monstruo mitológico de nuestra historia."[13] La misma idea original del autor fue una intuición que como periodista tuvo a la caída de Pérez Jiménez: "En ese instante tuve la intuición de lo que es el poder. "Se refiere al incidente de ver un militar salir de espaldas del palacio presidencial, armado y apuntando para escapar hacia algún exilio.

En definitiva, tanto la actitud inspirativa como la personal de concebir y crear, sumada a la actitud de elaborar palabra a palabra demuestran su convencimiento de que esta novela el autor la percibió como una obra de poesía. Pero una cosa es percibirla y otra es lograrla.                 En el lenguaje, en el tratamiento del lenguaje, podríamos afirmar que se encuentran las claves fundamentales de lo poético. Eso es fácil de demostrar: es un discurso en el que las descripciones de lugares y la representaciones de escena responden a una retórica lírica de muy lograda versatilidad, pues logra equiparar en simultaneidad sintagmática lo sublime y culto con lo vulgar y soez; o dicho de otra forma los paradigmas rubendarianos con los de la obsesiva escatología de vacas y gallinas, sin descontar la humana que cruza ese discurso de comienzo a fin. Los ejemplos abundan en la obra y lo propios mencionados anteriormente también dan fe de esto; pero el trato del lenguaje que no es tan obvio y que nos parece significativo por demás es el ritmo de narración de la obra que se emparienta con la técnica de contar. Es muy claro que la obra aunque escrita comprende una elaboración que compacta el discurso narrativo a la narración oral. La oralidad de la novela se pone de manifiesto, entonces, desde su acertado comienzo: "Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Solo entonces nos atrevimos a entrar..."(OP p.5)

                La técnica narrativa de aquí en adelante será la polifonía de voces para usar un término de Bajtin. Es precisamente necesario a la elaboración poética de esta obra porque el proceso poético de la misma depende fundamentalmente del proceso de mitificación que va a tener este antihéroe en la conciencia colectiva; conciencia que el poeta GM va a canalizar juglarescamente a través de un personaje coral que se manifiesta como nosotros, o sea, el plural de la primera persona singular, eje fundamental de toda lírica. Esa pluralidad de esta novela en específico es lo que logra tender los hilos narrativos de ese múltiple mito popular que el narrador implícito va tejiendo mientras a la par deja ver en el tapiz la mimesis de la espantosa dictadura ejemplificada.

                En la épica este es un fenómeno esencial porque el juglar o poeta objetivo, reduce su yo a un mínimo esencial y se comporta como un reproductor del cuadro gigantesco en donde se despliegan activamente el mito y la leyenda. Esa inocencia, por supuesto, de que nos hablara Lukács ya no es posible modernamente, por lo que en esta sociedad abierta, en este mundo de abolida heroicidad, el creador de este otro tipo de epoyeya "degradada", solo tiene como recurso volver a la oralidad del chisme, del rumor, embriones del cuento que es gemelo de la poesía y canal del mito. Y he ahí el acierto de GM, su captación del discurso popular, especie de antidiscurso de la épica que era vehículo del discurso altisonante y de estrata superior; basta recordar el grandilocuente comienzo de La Iliada, como ejemplo. Lo fundamental es que aunque GM postula un punto de partida de alguna manera cercano a la poesía lírica, el problema del género de expresión, la narrativa, no le deja otro espacio que el de la conceptualización épica o más bien ejercer el oficio juglaresco; problema que se le agrava por el carácter popular que debe asumir en el desarrollo de su trabajo novelesco - ya no una épica a la forma primitiva - pero sí una epicidad que enyunte el carácter poético que reconocía Aristóteles de mano de la comicidad típica de la comedia. Así, la mimesis puede elaborarse - no con los diálogos del genero dramático - sino por los microdiscursos monológicos integrados al torrente narrativo. De este modo se hace eco implícito de la aseveración lukasiana que estima que " el héroe de epopeya no es jamás un individuo. En todos los tiempos ,- señala- se ha considerado como una característica esencial de la epopeya el hecho de que su objeto no es un destino personal, sino el de una comunidad."[14]*

GM en el proceso de mitificación en este caso a la manera de un juglar o poeta epopéyico, que se ocupa de la vida de los hombre y los dioses en el discurso narrativo y que "cantaba" dichas hazañas como vehículo de unas leyendas y mitos populares a los daba coherencia, emplea en esta obra el recurso de incorporar las voces de los diversos personajes en una galería polifónica que forma parte del flujo narrativo dentro de una estructura prosística que remeda la poesía en prosa. El problema fundamental estriba en la dicotomía prosa - verso. Octavio ha observado que:

                La distinción entre metro y ritmo prohíbe llamar poemas a un gran número de obras, correctamente versificadas que, por pura inercia, aparecen como tales en los manuales de literatura. Libros como Los cantos de Maldoror, Alicia en el país de las maravillas o El jardín de los senderos que se bifurcan, son poemas. En ellos la prosa se niega a sí misma; las frases no se suceden obedeciendo al orden conceptual o al del relato, sino presididas por las leyes de la imagen y el ritmo. Hay un flujo y reflujo de imágenes, acentos y                 pausas, señal inequívoca de la poesía." [15]

                El crítico francés Jean Cohen ha estudiado desde una perspectiva estilística particular los fenómenos de la pro y el verso. Para él la poesía se opone a la prosa, así la poesía debe ser vista como una desviación de la prosa ya que ésta resulta la norma; sin embargo, considera que" el ritmo existe en la prosa, y entre prosa rítmica y verso rítmico apenas vemos diferencia..."[16]

                De este modo, nos provee la visión necesaria para ver el inmenso trabajo de organización rítmica que comporta la estructura rítmica del OP, pues al modo en Paz ve un cuento como "El jardín de Borges a modo de poema, por estar regido por "el flujo y reflujo de imágenes" y la postura de Cohen[17] de que "el verso no es ni indispensable ni inútil, ya que el hecho de la poetización se desarrolla a ambos niveles del lenguaje, el fonético y el semántico.", entendemos que el OP cumple por ese flanco su carácter de "poema en prosa". Es curioso el hecho de que GM confiesa que en esta obra, que escribía mientras trabajaba Cien años de soledad , se vio obligado a ejercitarse escribiendo cuentos infantiles "buscando el estilo que emplearía en el nuevo libro." Hablábamos del yo colectivo que GM expresa poemáticamente que, sin embargo, no siempre ejemplifica del modo lírico o aun juglaresco en la obra pues inevitablemente lo "prosístico", ni hablar de lo prosaico, resulta inevitable. Pero, dentro de esa polifonía expresiva que ha logrado concertar, la novela concuerda con la idea de Bajtin[18] cuando afirma:

                ...in the majority of poetic genres, the unity of the language system and the unity (and uniqueness) of the poet'sindividuality as reflected in his language and speech, which is directly realizaed in this unity, are indispensable prerequisites of poetic style. The novel, however, not only does not require these conditions but(...) even makes of the internal stratification of language, of its social heteroglossia and the variety of individual voices in it, the prerequisite for authentic novelist prose.”

                Kalman Barsy ha hecho un excelente estudio de la estructura de esta novela. En su complejo y penetrante trabajo se ocupa de los puntos narrativos, de la estructura narrativa y la forma de narrar. Citaremos una observación pertinente al interés de señalar la importancia en la estructura poemática del narrador colectivo, abarcadoramente analizado por Barsy. Para éste el narrador y el protagonista llenan funciones opuestas que forman una totalidad. Demuestra que el patriarca asume todas las funciones posibles con relación al discurso a nivel únicamente de los distintos tiempos de lo que se ha narrado, una narración dentro de la otra como en una caja china. Destaca, por otro lado, el anhelo totalizante del narrador colectivo como más ambicioso, pues conforma una estructura de tendencia centrípeta, extraliteraria. Apunta entonces al nosotros que hablamos bastante antes y dice:

                " Nosotros", representado como el pueblo, está contenido dentro del ámbito del patriarca; en tanto narrador, sin embargo, es "nosotros" quien contiene en sí al patriarca. Cuando acontece la muerte - su tercera y verdadera muerte a nivel de la conciencia narradora - la primera relación queda anulada. Pero para que esto pueda suceder, la conciencia en alborada del pueblo de la patria tuvo que generar todo el relato del pasado. Para destruir al anciano dictador,                 primero había que darle existencia, histrionizarlo como a los demonios de un exorcismo. A fin de realizar un despojo, hubo de crear -resucitándolo- un sujeto para esa muerte descomunal que domina el transcurso de la lectura como un vasto paréntesis. Entre la muerte acontecida y la muerte asumida, transcurre la                 novela.[19]

                El otoño del patriarca es una obra que se encuadra como poema no por las aseveraciones de su autor, sino porque es posible encontrar en su factura, las intenciones expresadas por GM a lo largo de su escritura. Sin embargo, debemos destacar que un análisis de los diversos recursos estilísticos requeriría de un estudio que trasciende los propósitos de este acercamiento. Sería ingenuo pensar que un tema como el planteado podría agotarse en esta apertura de estudio. Pero es preciso aclarar algunos elementos de estilo que acompañan la estructura del discurso narrativo y que son a no dudar deliberados y efectivamente usados por su autor con el fin de lograr su intención artística y comunicativa.

Si a nivel de paralelismo la obra corresponde a una poética personal que se perfila en un lirismo que conjunta lo soez y lo artísticamente elevado, lo popular y lo culto, podemos ver que estas características corresponden a una factura neobarroca tan propia de la nueva novelística hispanoamericana. Sin embargo, hay dos aspectos a grosso modo que saltan a la vista en la elaboración de la obra: el humor y la ironía. No la ironía novelística de que nos habla Lukács que se traduce a una suerte de distanciamiento, sino a la ironía cruda cuyo poder desmitificador, paradójicamente es uno de los recursos mitificantes en esta novela. La cercanía de ambos recursos les hacen cónsonos con la lírica moderna que ha fraguado en su mejor cristalización la obra de Nicanor Parra, y que acuñó el curioso término de antipoesía. Ciertamente si hay poesía en la novela corresponde paralelamente a la corriente antipoética que, por supuesto, ni empezó ni acaba en la obra en verso de Parra.

                Los elementos poéticos de magistral elevación metafórica se hayan también diseminados por todo el discurso narrativo mayor o macro contexto. Es singular y persistente la utilización de la" mirada" poética; las imágenes de exorbitante visualidad son verdaderamente poderosas, algo que por otro lado, no debiera extrañar en un escritor como GM quien se ha desempeñado como guionista cinematográfico en México durante muchos años de su vida. En la obra no sólo el dictador ve esto y lo otro sino también los micro discursos de las otras voces en que se divide el nosotros: “veíamos la luz interminable del faro que inundaba de sus aguas verdes y lánguidas los salones en ruinas, veíamos las lámparas de pobres dentro del cascarón de los que fueron antes los arrecifes de vidrios solares de los ministerios que habían sido invadidos por hordas de pobres cuando las barracas de olores de las colinas del puerto fueron desbaratadas por otro de nuestros tantos ciclones”, (OP p.130)

                Y en el tiempo de la amada a lo adivino: “como el día del cumpleaños de Manuela Sánchez en que le había pedido que abriera la ventana y ella la abrió y me quedé petrificada de pavor al ver lo que habían hecho de mi pobre barrio de las peleas de perro, vi las blancas casas de madera con ventanas de anjeo y terrazas de flores, los prados azules con surtidores de aguas giratorias, los pavorreales, el viento de insecticida glacial, un réplica infame de las antiguas residencias de los oficiales de ocupación que habían sido calcadas de noche y en silencio, habían degollado a los perros, (...) y así habían                 construido en muchas noches furtivas el nuevo barrio...” (OP p.79-80)

                Aunque desde el punto de vista ontológico GM deja constancia de la problemática inherente al ver y ser visto: “pues desde el primer día de su régimen conoció el desamparo de ser visto por toda la ciudad al mismo tiempo, se le petrificaron las palabras, comprendió en un destello de lucidez mortal que no tenía el valor ni lo tendría jamás para asomarse de cuerpo entero al abismo de las muchedumbres, de modo que en la Plaza de Armas sólo percibimos la imagen efímera de siempre, el celaje de un anciano inasible vestido de lienzo que impartió una bendición silenciosa desde el balcón presidencial y desapareció al instante, pero aquella visión fugaz nos bastaba para sustentar la confianza de que él estaba ahí, velando nuestra vigilia y nuestro sueño bajo los tamarindos históricos de la mansión de los suburbios,” (OP p.105)

                Se podría destacar esa insistencia del recurso de la mirada; el poeta-juglar-narrador es el gran incorporador. Toda épica es eminentemente visual, no en balde el cine va después de la novela al acaparar la mimesis hacia la imagen pura, sin la mediación de la escritura, o más bien creando una escritura visual más compleja y más efímera, que en esa va en desventaja con la poiesis. No en balde una cantidad de filmes asume el carácter épico y espurio que la novela no se da el lujo a no ser a costa de caer en la subliteratura. Como señala Alicia Borinsky:

                “La crítica literaria aísla para sí un terreno privilegiado, un punto de vista desde el cual pretende ver, abrir juicio. Su propio discurso adquiere la seguridad del telescopio, la distancia entre el aparato de visión y lo visto. Ver se equipara a la constitución de un saber, aquello que es visto se torna un objeto de conocimiento.”[20] Dice además que el que ve arrasa con lo visto; conocerlo es eliminar su alteridad cada vez que el saber asimila su objeto en un discurso que lo explica.[21]

Tomados estos criterios en un sentido más amplio entendemos que la que la insistencia en la mirada de parte del narrador no es sólo un recurso necesario a la epicidad, sino también una identificación con una particular visión de mundo; entiendo que hay una postura de parte del autor de hacerse voz de pueblo, de ser juglar de unos seres opresos por el mundo corrompido y enajenante pues como dice Goldmann:" ...sólo una individualidad excepcionalmente rica y poderosa puede pensar o vivir hasta sus últimas consecuencias una visión del universo que, por otra parte, se halla todavía en proceso de constitución y apenas se ha destacado en la conciencia del grupo social." Y añade además: " "La personalidad más vigorosa es aquella que se identifica mejor con la vida del espíritu, es decir, con las fuerzas esenciales de la conciencia social en lo que ella tiene de activo y creador."[22]

                Es de notar la importancia del ver y verse como acertijo ontológico y como problematicidad sociológica: el fenómeno de Patricio Aragonés es también la mirada en el espejo. José Ignacio Sánz de la Barra es el horrendo poder interior que el Padriarca termina permitiendo y al que teme: “...se quedaba mirándome a los ojos, sin hablar, y yo no sabía qué hacer ante aquel rostro indestructible, aquellas manos ociosas apoyadas sobre el pomo del bastón de cerezo con una piedra de aguas matinales en el anular, aquel perrazo acostado a sus pies vigilante y feroz” (OP p.209)

Esa contemplación no es otra cosa que la invocación de su propio demonio; la figura de Patricio Aragonés es el otro yo que nos descubre la verdad de nuestra propia muerte. Hasta el patriarca parece bondadoso al lado de su crueldad.

Un elemento de la poesía o más bien de la antipoesía que se hace patente por toda la obra es la hipérbole. Esta es una característica de toda la obra de García Márquez y uno de los rasgos de su versión particular del "realismo mágico". Aquí sin embargo, es un recurso poético que aunque no es nuevo, cumple a cabalidad la intención de sobrepasar el modelo de la realidad. Su hipérbole es desmesurada como la figura misma del patriarca: su longevidad impensable; el exceso de servir a Rodrigo de Aguilar osado; las absurdas intenciones de canonizar a su madre y los ridículos y estrambóticos incidentes de la venta del mar y sus amores con las colegialas y las telenovelas donde exigía que no se muriera la protagonista sino que viviera y se casara y tuviera hijos. El que, como dice el narrador, no estaba "conciente del reguero de desastres domésticos que provocaban sus apariciones de júbilo, ni el reguero de muertos indeseados que dejaba a su paso..."(OP p.93)

                Gabriela Maturo ha señalado que la novela es "una obra poética centrada en la figura de un Personaje, hiperbólicamente presentado, a cuyo alrededor se mueven otros de distinta magnitud arquetípica y diverso grado de `realidad'".[23] Destaca, además: "La riqueza y significación de las interpolaciones y glosas poéticas completa y refuerza el sistema semántico de la obra. Es notable como estas interpolaciones, además de contribuir por sus elementos formales de ritmo y melodía a la configuración estética del cantante discurso lírico de García Márquez, tienen en sus propios elementos simbólicos una íntima relación con los núcleos de significación del relato."[24]

                La poeticidad del discurso de la obra concuerda bien con Aristóteles cuando afirma que "es importante el servirse adecuadamente de cada una de las cosas dichas, y de palabras dobles y extrañas, pero lo más importante con mucho es saber utilizar la metáfora(...) pues metaforizar bien es ver bien lo semejante.”[25]

                Ya hemos hablado de la hipérbole o exageración que conforma la factura general de la novela, veamos su capacidad de metaforizar. Es importante aclarar que estos aspectos se tocan aquí en carácter de mención pues su exposición detallada requeriría un estudio minucioso que no tiene cabida en este momento. Muchas de las metáforas y la adjetivación ingeniosa, luminosa y melodiosa de la capacidad poética del narrador se vierten a través de todos los micro discursos de la voces o del discurso mayor totalizante, pero siempre la presencia de ese `estilo' particular las unifica en su diversidad. En la descripción pincelada de los rasgos de carácter del patriarca encontramos algunas de muy ejemplar mención: al patriarca el narrador le moteja de "arcaico animal taciturno" (p.78), nos habla de sus grandes patas de elefante en la nieve (p.12) su respiración de" niño decrépito"9 (p. 13), su cálida y tersa mano de rapiña cocinada al rescoldo del fuego lento del poder"(p.84). También estas metáforas se conviertes en vehículo del humor como cuando dice del corazón que es el tercer cojón; la descripción caricaturesca que pone en boca de la misma Manuela Sánchez cuando lo perfila:

"...escruté sin piedad los labios de murciélago, los ojos mudos que parecían mirarme desde el fondo de un estanque, el pellejo lampiño de terrones de tierra amasados con aceite de hiel que hacía más tirante e intenso en la mano derecha del anillo del sello presidencial exhausta en la rodilla, su traje de lino escuálido como si dentro no estuviera nadie, sus enormes zapatos de muerto, su pensamiento invisible, su poder oculto, el anciano más antiguo de la tierra..." (OP p.78)

                Veamos la cantidad de metáforas y del lenguaje imaginativo tan admirablemente logrado: “...en aquellas noches de postrimerías lo despertaba el espanto de que los muertos de la patria se incorporaran en sus tumbas para pedirle cuentas del mar, sentía los arañazos en los muros, sentía las voces insepultas, el horror de las miradas póstumas que acechaban por las cerraduras el rastro de sus grandes patas de saurio moribundo en el pantano humeante de las últimas ciénagas de salvación de la casa en tinieblas...” (OP p.249)

                Octavio Paz ha dicho:" Leer un poema es oírlo con los ojos; oírlo, es verlo con los oídos."[26] Ya hemos señalado la oralidad de la obra y hemos hablado de su capacidad visual, sería bueno apuntar el elemento auditivo concomitante a esa oralidad que se da también internamente, especialmente el personaje del patriarca que oye: “oyó por la ventana abierta del mar los tambores lejanos y las gaitas tristes que celebraban alguna boda de pobres con el mismo alborozo con que hubieran celebrado su muerte, oyó el adiós de un buque perdulario que se fue a las dos sin permiso del capitán, oyó el ruido de papel de las rosas que se abrieron al amanecer,” etc.(OP p.25)

                En otra tirada discursiva, casi a final de la novela: “hasta que oyó el tropel de pezuñas en el cráter del mar y era la luna que se alzaba con sus nieves decrépitas, pavorosa, que la quiten, gritó, que apaguen las estrellas, carajo, orden de Dios, pero nadie acudió a sus gritos, nadie lo oyó...” (OP p.250)

                El otro aspecto importante es la sátira que regenta muchos de los micro discursos de la novela y que tuvimos las oportunidad examinar en la parodia de Darío. Según Ramos: "La sátira ha sido y es un recurso primordial en la confección de la novela de la dictadura. La hipocresía y la infamia que esconde la figura del dictador (y otros), son denunciados por medio de un ataque burlesco sistemático."[27] Añade a su vez que:  "La técnica básica del satírico es la reducción al absurdo: la degradación o desvalorización de la Víctima mediante el rebajamiento de su estatura o dignidad."[28]

                Así podemos ver que el dictador nunca trasciende su origen humilde y campesino y dentro de la dinámica de la novela nunca pasa de ser el pobre hijo de Bendición Alvarado (buen hijo, por cierto) y uno del montón que se sentía a gusto con la servidumbre y como señala el narrador: "con quien hablaba el mismo lenguaje, cuyos halagos serios estimaba más y cuyos corazones descifraba mejor..." (OP p.11)                 Demás está señalar su fidelidad a las vacas y animales que deambulan impunes por la casa presidencial y sus aficiones campesinas. Todo lo cual no es obstáculo para que al enmarcar esta figura en el espacio de la oficialidad solemne resulte de por sí satírica la intención.

                Es necesario señalar el valor de los epítetos usados en la obra pues remedan los típicos de la epopeya como en la Iliada "diosa de ojos de lechuza" o en el caso del Cid "que en buena ora ciño espada" o " burgalés de pro", etc. En esta obra se dirigen esencialmente al patriarca: Viva el macho, es uno de los más reiterados, mi general, hasta la deificación absurda de convertirlo en una suerte de cristo curandero y beatificador. Al único hijo reconocido el narrador lo moteja con los epítetos de minúsculo general de embuste, militar de pacotilla. Otro aspecto dentro de elaboración poética que es necesario hacer mención es el uso del cliché. Como dice Michael Riffaterre: "Es posible que exista una función irónica y humorística del cliché del mismo modo que existe una función mimética..." El cliché para este crítico "despojado de su utilidad, (...) muestra su vacío de clavija verbal, de ripio, o bien se reduce simplemente a una afectación desvelada y puesta en ridículo.[29] Los clichés bíblicos, de las canciones populares, así como la intertextualidad histórica y poética por Ángel Díaz Arenas [30] Pero su trabajo que es minucioso y esmerado no aborda el fenómenos de los clichés. Palencia-Roth ha trabajado cuidadosamente el fenómeno mítico a la luz de las ideas de Joseph Campbell sobre el psicoanálisis del mito. Aunque no viene a cuento entrar en los detalles del análisis, sí me parece útil la siguiente esquematización que resume las "épocas" dentro de la novela: “cada etapa de la vida del patriarca se describe con una frase "temporal":  “los tiempos de los godos” (pág.172) coinciden con la juventud del patriarca; “los buenos tiempos” (pág.101), con el comienzo de su reino patriarcal, cuando, protegido solamente por "guajiro descalzo" Saturno Santos (pág.90), era "árbitro de su destino"(pág.98); “los tiempos del ruido” (pág. 89) con la época que se enamora de Manuela Sánchez; “los malos tiempos” (pág.134) con la muerte de su madre; “los tiempos inmemoriales” (pág.260) de la época de `Sáenz de la Barra con los años en que el patriarca parece haber perdido para siempre la habilidad del mando; y, finalmente, “la época de tantas incertidumbres” (pág.89) con el descubrimiento del cadáver del verdadero patriarca y el fin de la novela. Igualmente, la vida -y en especial el reino - del patriarca se mide con la palabra del título: "otoño". Las "vísperas" del otoño (págs.36, 89) se encuentran a la muerte de Patricio Aragonés; inmediatamente después ocurre el "principio" (pág.l0) del otoño del patriarca. Años después lo vemos en la "plenitud" (pág.93) de su otoño, cuando, siendo su poder "un légamo sin orillas" (pág.93) conoce a Leticia Nazareno, tiene un heredero legítimo y aprende a leer y escribir. En "las postrimerías de su otoño" (pág.247), los gringos se llevan el mar, y el patriarca, tan tímido como casi siempre lo había sido, perturba sexualmente a unas niñas de escuela. (Estas – ‘después de la primera, quien sí era estudiante legítima’– son en realidad puticas adolescentes del puerto de la ciudad, llevadas al patriarca, sin que él lo sepa, por los súbditos.) Momentos antes de su fallecimiento definitivo encontramos la frase: "las últimas hojas heladas de su otoño" (página 271), y momentos después termina la novela.[31]

                Hemos destacado aquí (aunque no todos) muchos los elementos de la poeticidad de esta novela, de su encuadre en la idea de epopeya fársica, sin que por eso la poesía no deje de estar presente en el carácter reiterativo, anafórico con que se repiten grupos de oraciones por la obra, las imágenes esplendentes y barrocas, el gusto por la descripción arquitectónica y la visualidad y oralidad de la obra. A no poca gente la novela ha disgustado por su desacostumbrada originalidad, por su carácter poético, precisamente, que hace a muchos la lectura ardua. No solamente lectores comunes, lectores de la talla de Rama y Benedeti, se pronunciaron poco entusiastas con la obra. La cantidad de críticos que manifestaron la necesidad de releerla es indicio de que hay en la obra una nueva propuesta de lectura. A su salida la gente se sorprendió del estilo que no respetaba las comas y los puntos y los cambios de voz narrativa aún dentro de una misma frase; sin embargo, la obra es verdaderamente una sinfonía, un poema de perfección técnica y de elaboración artesanal de carácter magistral con el lenguaje. Carlos Fuentes, en referencia a esta, nos dice: "...el escritor sólo puede afectar el orden del lenguaje, un lenguaje que recibe del pasado, contextualmente asediado, determinado por las voces de los demás y por la pluralidad de lenguaje que confluyen en todo el sistema social."[32]

                El autor se planteó en esta creación explorar el fenómeno del poder y la soledad. Ambos son consubstanciales también al escritor: el poder de la creación y el poder de la persuasión y las ideas; la soledad de creatividad que la precisa y la aborrece. Quizás ante la revolución tecnológica de hoy, ¿no está condenado el escritor a desaparecer como lo está la raza de los dictadores agrarios? Es quizás esa una inquietud que se entrevé de la obsesión sobre el poder y la soledad de GM. El terreno de la salvación en nuestro único terreno de humanidad, lo que nos hace ser en la naturaleza lo que somos: seres locuaces. Y es ahí donde vive la poesía, poderoso instrumento que custodian los poetas para la redención de lo mejor del Hombre. Por eso Fuentes nos recuerda que "el lenguaje es origen común de la literatura y del poder." Así, declara: "...El genio de Gabriel García Márquez en El otoño del patriarca consiste en participar de esta grandeza y de esta servidumbre: lo que sirve para liberarnos sirve también para sojuzgarnos. "[33] La capacidad de tomarnos a risa una tragedia como la representada en esta novela, de compadecer a un hombre, que no por ser hombre sencillo y humilde, no deja de ser, a no dudar, monstruoso en sus ejecutorias, es la gran ironía de esta obra cantada con las mismas palabras, con los mismos recursos de la poesía.



[1] La Hora, P.R. 22 de septiembre de l97l. p. l8

[2]Aristóteles. Poética en Aristóteles, Horacio, Boileu Poéticas Ed.de Aníbal González Pérez. Madrid: Nacional. p.67

[3] Georg Lukacs. Teorías de la novela.Trad. J.J.Sebreli.Buenos Aires:S.Veinte.p.55-66.

[4] Gabriel García Márquez. El otoño del patriarca.Barcelona: Plaza y Janés, l975.

[5] Carlos Fuentes. Valiente mundo nuevo: Epica ,utopía y mito en la novela hispanoamericana. México: Fondo de Cultura Económica, l992.p.202

[6] Michael Palencia-Roth.Gabriel García Márquez: la línea, el círculo y las metamorfosis del mito .Madrid: Gredos, l983.p.202.

[7] Ibid.p.204

[8] Op.cit. p.173

[9] Ibid.

[10] Ibid.p.170

[11] Octavio Paz. El arco y la lira .Cuarta reimpresión, Mexico: Fondo de Cultura Económica, l973. p.29.

[12] OP.Cit.p.61-62

[13] Vargas Llosa entrevista a García Márquez. Indice l969 Vol XXIV # 256 p.39

[14] Op.Cit. p.64

[15] Op. Cit. p.71-72

 

[16] Jean Cohen.Estructura del lenguaje poético .Versión española  de Martín Blanco Álvarez. Madrid: Gredos, l970. p.54

[17] Ibid.

[18] M.M. Bakhtin.The Dialogic Imagination.Four Essays. Austin: University of Texas Press, l982. p.264

[19] Kalman Barsy. La estructura dialéctica de el otoño del patriarca .Río Piedras: editorial de la U.P.R., l989. p. l93

[20] Alicia Borinsky. Ver/ser visto. Notas para una analítica poética. Barcelona: Antoni Bosh, l978, p.1

[21]Ibid. p.85

[22] Lucien Goldmann." Creación literaria, visión del mundo y vida social" Fotocopia en español de una tradución de " Materialisme dialectique et histoire de la literature" de Recherches dialectiques Paris: Gallimard, l959. (No tengo la información del libro en versión española; de esta la pp.287-88)

[23] Graciela Maturo. Claves simbólicas de García Márquez. Segunda edición revisada y aumentada. Buenos Aires: Fernando García Cambeiro, l972.p.197

[24] Ibid. p.227

[25] Op.Cit.l06

[26]Octavio Paz. Corriente alterna.12va edición.México: S.XXI, l979, p.71

[27] Juan Antonio Ramos. Hacia el otoño del patriarca. La novela del dictador en Hispanoamérica. San Juan: ICP, l983. p. l03

[28] Ibid. p.91

[29] Michael Riffaterre. Ensayos de estilística estructural.Trad. Pere Guimferrer. Barcelona: Barral, l976, p. 216

[30] Angel Díaz Arenas. El realismo mágico en El otoño del patriarca de Gabriel García Márquez. Claves para una lectura codificada. Bonn: Romanistischer Verlag, l987.

[31] Op. cit. p.222-223.

[32] Op. cit. p.207

[33] Op.cit. p.202

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Reynaldo Marcos Padua

Profesor de Estudios Hispánicos. Narrador, poeta, antólogo e investigador literario. Interés por la música, conocedor de la música popular de tríos. Interés en la literatura hispánica en general de todas las épocas.

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