Introducción.
No deja de sorprenderme esta obra narrativa a la que
dediqué un artículo entusiasta hace alrededor de veinte años atrás y a la que
califiqué con un título un tanto ingenuo pero no falso, de "primera novela
de la ciudad en nuestra literatura". La pretensión de descubrimiento literario
debo perdonármela hoy que, al contacto con novelas del periodo, y de otras
lecturas, he podido comprobar la existencia de otras narraciones en las que se ha tratado el tema de la ciudad. Probablemente debí llamarle la "mejor novela de la ciudad" hasta
el momento y de ese modo salvar un poco el tono sensacional que hoy le
descubro. Con esas consideraciones aparte, debo reconocer que la relectura de esta obra, junto a su
predecesora La patulea, resulta una
agradable sorpresa literaria.
En
el mencionado artículo hice el siguiente juicio que, me parece, tiene
relevancia aún:
Aparte de su valor histórico-literario la
novela mantiene legibilidad para el lector moderno, tiene aún
"actualidad" y leerla será un placer independientemente de la
curiosidad que constituye. Sobre todo
es un documento sobre la vida capitalina puertorriqueña de principios de
siglo. El pueblo puertorriqueño está
allí retratado como hoy, en la multiplicidad de sus facetas. [...]
La
novela no ha sido valorada lo suficiente, y no sabe uno si por ser peninsular
su autor o por el tiempo que ha pasado, el caso es que se le conoce poco, y al
da de hoy es una obra prácticamente olvidada, salvo el interés de alguno que
otro historiador de la literatura, y esto de modo muy pasajero. La obra descuella, sin duda alguna, en lo concerniente al tema de la ciudad y,
en este caso, de la ciudad capital, que mucho, muchísimo tiempo después, René
Marqués admirablemente trabajara en la excelente cuentística de En una
ciudad llamada San Juan. Por
supuesto, de época más cercana a la
misma lo es El negocio de Zeno Gandía, en cuyo caso la ciudad es
Ponce. Novela es, también, de acertada
denuncia de un momento político particular con su concomitante dinámica de
corrupción moral, social, y aun física en los personajes desarrollados.
Se
sabe que nuestra novelística ha sido, un poco irregular a principios de las décadas
iniciales del siglo pasado. Zeno, como
figura principal, y otros ya parcialmente olvidados como José Elías Levi, Ramón
Juliá Marín, Matías González Garía y otros. En estos autores—desde la perspectiva de la
visión de mundo particular de cada uno— la denuncia de los males sociales, por
influencia del naturalismo, se hace
clara y va sentando la pauta que define una buena parte de lo que será la
narrativa y aun buena parte de la literatura nacional: el sentido de compromiso con la justicia
social; el afán de denuncia de los males en el seno de las masas; y la crítica
a los causantes de dichos males, sean gobernantes, potentados y personalidades
bien ubicadas en la escala de la sociedad organizada. En algunos casos, la novela se ha movido hacia la orientación
política particular que desafía las mismas estructuras sociales con las que el
autor se halla en oposición.
Puedo
hacerme eco de la siguiente tesis de J. J. Beauchamp sobre la producción
novelística nuestra y adaptarla para estos fines a la idea de que con esta
novela se inicia un radicalismo político directo, en la cual el novelista
puertorriqueño se enfrasca en:
lo que, parafraseando a Lukács, podríamos
denominar como una búsqueda demoníaca de afirmación nacional y de resistencia
cultural y política (valores auténticos para el novelista) en un mundo de
valores inauténticos (...)
Beauchamp
comenta, además, la notable inseguridad que proyectamos como pueblo ante
cualquier extranjero por la insistencia de reafirmarnos en indicar "yo soy
puertorriqueño" y que se pone de manifiesto en pegadizos, en
recordatorios, banderas, lápices, automóviles, etc. Por el lado de los
escritores, dicha inestabilidad se presenta "como una búsqueda de
definición de la identidad y una actitud de resistencia."
Toda
esta dinámica intelectual antes referida, la encontramos plenamente presentada
en las dos novelas de Pérez Losada: La patulea y El manglar, que
sirve de continuidad por la participación de uno de sus personajes
principales: Jorge Ibarra. Por supuesto, el verdadero personaje
principal es, en sí, el mundo urbano, la ciudad, como espacio de la
totalidad. En este sentido, la obra
resulta sumamente moderna en el sentido en que lo son —salvando las distancias—
Ulises de Joyce y Adán Buenosaires de Marechal, novelas
posteriores. Sabemos que Galdós trabajó
ampliamente el tema de la ciudad, pero en nuestra literatura destacamos
mayormente a Zeno Gandía, con Redentores, de l922, que no se publicó en forma
de libro en vida del autor, pero se
entregó completa por capítulos en 1925 en el periódico El imparcial. La insistencia política de que nos habla
Beauchamp también es marcada en esta novela, de forma similar a como se da en
la narrativa, no sólo de René Marqués, sino de otros autores puertorriqueños.
Gómez
Tejera, en su trabajo sobre la novela, acepta no conocer la La patulea,
pero cita directamente la única fuente
con que presumiblemente contaba:
una reseña de Rafael Martínez Nadal, quien se expresa sobre la misma
señalando que:
En
toda la admirable y magistral labor de la Patulea, se oyen estallar con
sonoridad abrumadora, los latigazos que valientemente propina el escritor a las
impudicias y concupiscencias que enferman a la sociedad; y la ralea huye
espantada del látigo que no perdona y se refugia allá en el anónimo a pensar en
nuevos males que no realizará por temor al novelista, que ante ella se yergue
con la pluma vindicadora en la diestra...
También
añade:
Es
además la Patulea espejo fiel donde podrán observar las naciones
hispanoamericanas los efectos de la absorción, el horóscopo del tenebroso
porvenir que espera a las que se sometan, y el grito de alerta para todos los
que amen su raza y su terruño nativo.
Con
relación a El manglar, Gómez Tejera afirma que las palabras citadas
pueden aplicarse a la misma. Y a
continuación afirma:
La
obra es un conjunto apretado, en el que se agrupan nuestros problemas, nuestras
luchas, nuestras aspiraciones. Con
prosa fácil, galana, describe Pérez Losada escenas de la vida real, que pasan
ante nuestros ojos asombrados, por la verdad que representan, por la fluidez
del narrador y del colorista: la
llegada de Roosevelt, el baile en Santa Catalina, el paseo por el convento, la
vida de San Juan a todas horas...el manglar...la Isla de Cabras, y realzando el
cuadro, la palabra irónica y punzante del autor. Lulú y Salazar, Ibarra y Enriqueta, dan mayor interés a esta obra
plena de vida.
Análisis de El manglar.
Iniciaré
el análisis de El manglar a la luz de la sociología de la
literatura, especialmente la perspectiva que plantea Lucien Goldmann. Ya
he referido esto a través de la
paráfrasis que de Lukács hace J. J. Beauchamp, aplicándola al novelista. Vayamos a la teoría de Goldmann para
determinar el análisis a seguir. Según el teórico rumano, la novela es, de
alguna forma, la historia de una búsqueda.
Y ésta es la búsqueda de unos valores auténticos en un mundo que está degradado. El héroe (si
es que se le puede llamar así: probablemente "antihéroe") es problemático, porque en su búsqueda degradada
de tales valores auténticos va tras lo que no ha de encontrar, pues el
mundo no se rige por ellos ya que en la sociedad capitalista, los valores de
cambio sustituyen abrumadoramente a los valores de uso o auténticos. De manera que, el aludido héroe, queda
por loco o por criminal ante la sociedad con la que, por supuesto, anda en
franca oposición. Goldmann, expresa
estas ideas–es bueno aclarar- citando a
Lukács en su ensayo sobre la novela
y no en su extensa obra sobre la tragedia, El hombre y lo absoluto: el dios oculto. Planteamos que, en esta obra, el elemento
organizador del texto, o estructura significativa coherente entendió que es la
dicotomía entre las multitudes y los caracteres o personajes individuales. La visión de mundo de los intelectuales de
avanzada de su momento ( se adelanta a la futura elite intelectual de años
posteriores en su dinámica de denuncia política); en cuanto a la estructura
englobante, la idea del trauma causado por la invasión y asimilación creciente
de la cultura hispana-puertorriqueña por la de los valores nuevos del mundo
norteamericano me parece la fundamental, unida a una subestructura de
impotencia que permea la conciencia de los personajes individuales y el
elemento de desamparo o abandono que parece ser constante en los personajes
colectivizados.
Es
significativo, también, dejar constancia de que la novela bajo estudio se
publicó en l909 y se concibió como segunda parte de La patulea (de
l903). A juzgar por la dinámica de
relaciones y situaciones, su tiempo de ficción se ubica históricamente
alrededor del mismo tiempo de publicación; esto lo constatamos, no sólo por el
afán testimonialista del autor, sino que, al consultar el trabajo de tesis
(inédito) de Manuel
Gómez Rivera, corroboramos que el evento histórico con que se abre la novela,
la llegada de Teodoro Roosevelt a Puerto Rico, no es ficticio, sino
fundamentalmente un hecho histórico.
Nos dice Gómez Rivera que, en l906, el Presidente norteamericano visitó
la Isla y, a su regreso a Washington, recomendó la concesión de la ciudadanía
americana a los puertorriqueños. Si en La Patulea (palabra que significa
soldadesca borracha) asistimos a la desapropiación del campesino de parte de
los nuevos detentadores de la soberanía, junto a los efectos devastadores del
huracán que a finales siglo XIX e inicios del próximo dio corte definitivo a la
situación político-social del Puerto Rico de entonces, en El manglar veremos
el hecho ya consumado y ubicado directamente en la ciudad de San Juan, sede de
la nueva administración local, en aquel entonces enteramente norteamericana,
representada dentro de la esfera de la ficción narrativa.
La
primera de las novelas de Pérez Losada de que me ocupo en este trabajo, La
patulea se ubica en Avisperos (el pueblo de Hormigueros, obviamente) y se
inicia con una espectacular peregrinación que, no empece su carácter religioso,
el público de la ficción, visto por el narrador, lo toma como una fiesta
carnavalesca—, elemento irónico notable de Pérez Lozada, al desacralizar el
evento en manos de las masas como un día de campo—. Es de notar que Pérez Losada posee un
marcado interés por ubicar las muchedumbres como personajes colectivos, y así
inicia El manglar: con la
dicotomía de lo individual y lo colectivo (la estructura significativa coherente,
como veremos más adelante), que se mantiene de comienzo a fin. Al principio nos topamos con Paco Salazar,
abogado de 32 años y con fama de galante y donjuanero, cansado y hastiado por
la vida de "agitación y de luchas a la que se había consagrado...";
personaje que también representa la impotencia ante un mundo de cambio
político, cultural y social, que guarda su elemento de inconformidad, pero se
limita a ver, como lente del autor-narrador, quien lo presenta, mientras
observa la muchedumbre, de esta forma:
...miró la hora en su reloj: faltaban pocos
minutos. En las puertas, en los
balcones, en las azoteas de las casas, en las aceras, en las bocacalles se
agolpaba la multitud, esperando ver al grande hombre. Toda la población de San Juan se había reconcentrado en la calle
de la Fortaleza y sus avenidas para ver un instante á Teodoro Roosevelt, cuando
pasara en el estruendo de los automóviles, de las bandas militares, de los
aplausos, de los bravos de la multitud.
Más adelante:
La muchedumbre aplaudía, aplaudía aquella
música que sonaba á confraternidad y á sarcasmo, aplaudía a los soldados
gallardos de rítmico andar, y más sonoramente á Roosevelt, á Teodoro Roosevelt!
que pasaba sonriente, amable, de pie en el automóvil en marcha lentísima, por
entre el cordón de policías que afectaban rigideces militares.
Pérez
Losada presenta esta oposición de manera consciente. En su interés en las manifestaciones populares, eficazmente traza
el contraste. Veamos la opinión del sociólogo Restituto Zorrilla Castresana
en torno a la función de las manifestaciones.
Nos dice que la misma se define siempre con relación a una totalidad.
Indica también que son un medio de establecer una comunicación
entre los grupos sociales y la autoridad.
Para este autor, los individuos y grupos poseen diversas formas de
comunicarse entre sí, siendo la más frecuente la lengua, aunque no la única;
así, las manifestaciones no sólo son una forma de comunicarse sino que además
constituyen un modelo de comunicación que es susceptible de ser analizado
"en términos de sistema, dado que siempre encontramos los mismos elementos
que se relacionan entre ellos de una manera constante, lo que viene a decir que
las manifestaciones son un sistema social o, mejor, un subsistema."
Veamos
que estas ideas, explican la postura de Pérez Losada en cuanto narrador quien,
de manera intuitiva, percibe o percibió en su momento esta dinámica como para
hacerla formar parte de su ficción. De esta manera la estructura
significativa coherente y la estructura englobante poseen una clara
concordancia en este texto. Es, sin embargo, necesario entrar a la discusión de
la misma a la luz de la teoría goldmaniana de la novela.
A
nivel individual, el personaje principal es Jorge Ibarra, un intelectual y
hombre de ideales patrióticos que se opone al nuevo régimen norteamericano
recién instaurado en la Isla. Es el
héroe degradado de que nos habla Lukács.
El otro personaje varón que destaca la narración es Paco Salazar, cuya
clase vincula con la de Ibarra, ambos
venidos a menos por el cambio de soberanía; — aunque Salazar irá en
proceso de irse integrando al nuevo sistema por falta de coherencia o firmeza
en sus ideales—, emparejados a sus proyectos inconstantes y a su vida frívola y
donjuanera, en especial su obstinación en conseguir a Lulú, la coquette divorciada.
Así,
los capítulos se reparten entre las presencias de Paco Salazar y Lulú; y la
personalidad lastimosa de Ibarra, siempre al contrapeso de la ciudad
exuberantemente recalcada por Pérez Losada, que verdaderamente quiso legar a la
posteridad un retrato vívido, en la ficción novelesca, de un mundo urbano de
principios de siglo, quizá porque temió por su desaparición ante la pujanza de
la asimilación del nuevo régimen.
Jorge
Ibarra —como dijera anteriormente— es a quien realmente podemos identificar con
el héroe degradado, destacado por Goldmann, pues su búsqueda es siempre
la de valores absolutos en la sociedad degradada. En él se da "la ruptura
insuperable" de que habla Goldmann.
Me
parece que de los tres tipos constitutivos que enumera el teórico sociológico,
el de la novela del "idealismo abstracto" es más cónsono con esta
obra que nos ocupa. En su obra dice
Goldmann que lo característico es "la actividad del héroe y su conciencia
excesivamente estrecha respecto a la complejidad del mundo”.
Este
aspecto señalado por el teórico de que la novela del héroe degradado es a la
vez una biografía y una crónica social, se cumple admirablemente bien en esta
obra, si sobre todo, tomamos en cuenta los elementos que del héroe (Jorge
Ibarra) se tienen de la obra
precedente, La patulea.
No
obstante, lo señalado por Goldmann en términos de que el novelista
rebasa la conciencia de sus personajes, no parece cuadrar con la narrativa de
Pérez Losada. Sus posiciones, bien en
boca de Ibarra, de Lulú o de Salazar, no dejan duda que son las posturas que el
autor quiere recalcar en su ficción. En
este sentido, hay poca mediación. El
mero hecho de mostrar es una forma de denuncia — se ha dicho— y el autor no
pierde momento alguno. La misma forma
caleidoscópica en que está concebida la obra, la asemeja un paseo turístico,
por todo lo destacable de la ciudad; y aún más, hace que la misma represente
una circunstancia de contraste entre la conciencia del personaje, por lo
general Ibarra —pero no exclusivamente de él—, y el entorno narrativo, con sus
descripciones de lugares, personas y retratos morales de los personajes. Por supuesto, conozco y concurro con la
postura de Bajtin
de que es imposible suponer una coincidencia a nivel teórico entre autor y
personaje; la correlación es distinta porque, según este teórico, la totalidad
del personaje y la del autor están a diferentes niveles. "
Desde
luego, a veces, el autor convierte a su personaje en el portavoz inmediato de sus
propias ideas, según su importancia teórica o ética (política o social), para
convencer de su veracidad o para difundirlas [...]" A pesar de esto, Pérez Losada se adelantó a
la época de denuncia y prédica independentista en la literatura, tan marcada en
la generación de escritores de los cincuenta, que tiene en René Marqués su
mayor hierofante. Es evidente una
decidida postura de hacer literatura de testimonio y denuncia política sin
precedentes en el novelar de su tiempo.
Quizás
debiéramos inquirir el porqué. Esta
postura se puede vincular a la estructura significativa coherente que es la
dicotomía de lo colectivo vs. lo individual.
Es decir, los intereses personales de los personajes principales, que
han de privar por sobre las necesidades colectivas vistas y evidentes ante
estos. Ibarra y Salazar renuncian a sus
posiciones de liderato y a su valor de líderes por intereses inmediatos de amor
o familia y estos son los personajes dotados de mayor conciencia política y
social en la obra. Puede decirse,
además, que a través de la conciencia de Ibarra, del narrador y los otros
personajes se nos exponen los enormes problemas y las enormes responsabilidades
que ha contraído el país ante la nueva sociedad imperante. De este modo la subestructura de impotencia
que se le apareja, se hace cónsona con la otra gran subestructura que se
convierte en la estructura englobante, a la cual es posible vincular la obra con el concepto
de trauma que tan bien ha descrito Manrique Cabrera
en su clásico manual:
[...]
era sencillamente el trauma: el
violento desgarre histórico consumado sin la intervención nuestra, y ante el
deslumbramiento ingenuo, pueril, cuando no iluso y vacuo de muchos liberales
isleños que confundieron colorines y palabras con realidades. [...] (p.160)
Esto
explica el carácter insistentemente colectivo que contrapuntea la novela; es
como si un afán denunciatorio, de los discursos narrativos de opinión contraria
al mundo norteamericano recién estrenado, ya en boca de uno a otro personaje, o
la dinámica individual escasa de los
protagonistas principales, intentara significar ese trauma colectivo que afectó
la intelectualidad puertorriqueña de todas las esferas, con la cual se
identifica el sujeto colectivo de El manglar. Sin embargo, aunque Manrique señala a Hostos (su referencia es
Tomás Blanco: Prontuario histórico de Puerto Rico) y son conocidas las
declaraciones de Betances a la entrada de los norteamericanos, la realidad es
que a nivel narrativo no conozco nadie que haya hecho una obra de tanta
coherencia y de carácter tan inmediato de ese momento histórico como Pérez Losada en ambas novelas, con tal visión
dicotómica de campo vs. ciudad.
¿)A
qué visión del mundo responde entonces, esta obra? A esta pregunta habré de
intentar una respuesta en el análisis de la misma. Paco Salazar es apenas un tipo; su desarrollo como personaje
resulta escaso y aun cuando está en escena, es Lulú quien lleva la fuerza de
los acontecimientos, es por ella que él piensa, planea, ve, se interesa y sus
acciones están movidas por la personalidad inquietante y sensual de la
"rubia", cuya vida gira alrededor de valores dudosos, al menos como
los percibe la mente de Salazar, quien comprende que su situación económica no
está para poseer una mujer que sus gustos están muy cerca de los valores de
cambio que avanzan con el nuevo "mundo" recién implantado por el
nuevo orden norteamericano. Los
estadounidenses son el "progreso" material, los valores de cambio y
la cultura forjada dentro de esa particular cosmovisión; sin duda, cónsonos con
el carácter de Paco Salazar y de Lulú, de modo que no resulta extraño el
paulatino acomodo que se va dando en Salazar a medida que se intensifica la
posibilidad de poseer a Lulú, la inaprensible, pero atrapada,
recordando unos versos atinados de Palés.
Si
examinamos el "pensamiento" de Paco Salazar sobre Lulú se nota
que éste le ha propuesto tomar un
coche; mas para Lulú es preferible andar a pie, los coches tirados de caballo
le resultan sucios; mejor sería un automóvil (imagen de la modernidad):
Paco sintió una secreta indignación ante el
capricho. Un automóvil era un deseo propio de una mujer como aquella. Sí, lo
tendría apenas expresara sus deseos á quien pudiera pagar á aquél alto precio
una caricia de la rubia bellísima. Y recordaba inexorable:) ¿Qué había hecho en
París, en Roma, en Londres aquella muñequita de oro y alabastro, que jugaba con
automóviles y corazones? (p.37)
Según
Goldmann, todo comportamiento humano tiene el carácter de una estructura
significativa; así, nos dice, el estudio positivo de cualquier comportamiento
humano reside en el intento de volver asequible esta significación por medio de
un esclarecimiento de los rasgos generales de una de esas estructuras
parciales. Pero añade que estas deben
ser insertadas dentro del estudio de una estructura más abarcadora cuyo
funcionamiento es lo único que puede expresar la génesis.
Al
plantear la idea de que la estructura significativa coherente de esta
novela es la oposición entre los intereses individuales vs. las necesidades
colectivas, creo que existen dos subestructuras que pueden denominarse con la
palabra trauma e impotencia.
Pero, forzoso es preguntarse), ¿trauma de quién? La experiencia traumática se asume a veces
en actuar como si no pasara nada. La
impotencia se trasluce en las ejecutorias del segundo personaje principal
Ibarra, aunque arropa de manera más sutil a Salazar y sin duda subyace en las
actividades de ánimo colectivo que el autor-narrador “denuncia” en sus
pintorescas descripciones de la ciudad. Ya José Juan Beauchamp
ha señalado que "hubo `trauma' pero también hubo muchas contradicciones y
complacencias. La nómina total de
escritores, que se unieron al Partido Republicano, está todavía por
hacerse." Por supuesto, es de
considerar el hecho de que la respuesta literaria de Pérez Losada es de
radicalismo literario. Pérez Losada no
se representa como extranjero, pero no se puede olvidar que no habla la voz de
un colonizado; no se puede asumir tampoco que habla un oficialista opresor por
el hecho de ser de origen español: un
examen de la vida de Pérez Losada nos presenta una individualidad curtida en la
lucha por la vida y en ningún momento un privilegiado. ¿Qué tenemos
entonces? Yo creo que la literatura
“comprometida” y denunciatoria de El manglar y aun de su predecesora La patulea es posible por varias
razones: Primero, Pérez Losada es un hombre profundamente comprometido con lo
puertorriqueño, se siente puertorriqueño; de San Juan, ha vivido aquí desde los
diecisiete años; ha sido un hijo más del país. Dos, es hispanista en el sentido
abarcador de la palabra y por ello reafirma la puertorriqueñidad y tres, como
hijo de España, siente el sacudón de la guerra hispanoamericana y reacciona de
tú a tú ante la cultura invasora, por eso su palabra es directa y
desenmascaradora del mundo de cuño nuevo norteamericano. Al así hacerlo se convierte en el portador del
máximo de conciencia posible, de su grupo, en este caso los intelectuales. Escarpit señala que :
El
grupo social que tiene una identidad literaria más precisa es el grupo
cultural. Hemos visto, por otra parte
que la categoría de los cultos está en el mismo origen de la noción de literatura.
Los cultos, que al principio constituían una casta cerrada, no se identifican,
hoy, ni con una clase ni con un estrato social, ni siquiera con un grupo
socioprofesional. Se podría definir a
los cultos como las personas que han recibido una formación intelectual y una
educación estética bastante activa para tener la posibilidad de formar un
juicio literario personal, con tiempo suficiente para leer y recursos que les
permiten la compra regular de libros.
Fijémonos que se trata de una definición potencial y no real: numerosos de los cultos carecen de opinión
literaria, no leen jamás y no compran nunca libros, pero podrían
hacerlo.
Este
grupo de los cultos correspondía, antiguamente, a la aristocracia. Posteriormente se identificó con la
burguesía culta, cuyo baluarte cultural era la enseñanza secundaria clásica.
[...] Corresponde a los que hemos llamado “medio literario”, en el que se
reclutan la mayoría de los escritores.
Es también en este medio donde se reclutan todos los que participan en
el hecho literario, del escritor al universitario que hace historia de la
literatura, del editor al crítico literario...
Un
factor a no perder de vista es que Pérez Losada pertenece a una elite culta: a
los “cultos”, como dice Escarpit, la elite de los intelectuales, ya que fue
periodista y escritor. En este sentido,
y de forma independiente tendríamos que indagar a profundidad dentro de la obra
para percibir la visión de mundo que finalmente identifica al sujeto colectivo
de la creación que está detrás de esta novela.
Los
intelectuales no son una clase social; acaso un grupo social que procede de
diversas clases, aunque la naturaleza del escritor, por lo general, le agrupa
en el área de los pequeños burgueses.
Hay sí interés de clase, que puede estar en la perspectiva consciente o
inconsciente que asume el autor.
Según
Bajtin:
Es el autor quien confiere la unidad activa e
intensa a la totalidad concluida del personaje y de la obra; esta unidad se
extrapone a cada momento determinado de la obra. La totalidad conclusiva no
puede, por principio, aparecer desde el interior del protagonista, puesto que
éste llega a ser nuestra vivencia; el autor no puede orientarse hacia el
interior de su héroe, la conciencia de la unidad desciende al autor como un don
de otra conciencia, que es su conciencia creadora. La conciencia del autor es conciencia de la conciencia, es decir,
es conciencia que abarca al personaje y a su propio mundo de conciencia, que
comprende y concluye la conciencia del personaje por medio de momentos que por
principio se extraponen (transgreden) a la conciencia misma. [...]
Recurro
a esta cita para apoyar la idea de que Pérez Losada crea el personaje Jorge
Ibarra como un ejemplo típico del intelectual puertorriqueño del periodo
novelado. No es tampoco ningún juego de
niños para cualquier intelectual pasar de ingenuo ante la magnitud del poder
del imperio que había plantado su garra de poder en el Caribe. Es preciso considerar la respuesta que
originalmente recibió la llegada norteamericana a la Isla. El recuerdo del periodo de los compontes
estaba fresco en la mente de todos. Y,
sin embargo, aunque sería larga la capacidad de espera y la esperanza de ver
manifestarse el progreso, las promesas, las acciones, aun la misma figura de
Teodoro Roosevelt haría sentir una extraña y confusa incomodidad a más de un
intelectual que tuviera en cuenta la magnitud del acontecimiento. No hay que olvidar que es a ese mismo
Roosevelt a quien Darío le canta en una mezcla de estupor admirativo y terror
pánico: "Y pues contáis con
todo. / Falta una cosa: Dios." Martí, por otro lado había empezado a usar una palabra que se
haría inescapablemente popular a partir de la década del sesenta: imperialismo.
Visto
en términos generales, Pérez Losada alcanza en estas novelas ( específicamente en El manglar), el máximo de conciencia posible que
demuestra una visión de mundo de los intelectuales del momento. Por otro lado, pone de manifiesto una
extraordinaria contradicción que se hace patente en la postura de hablar pero
no hacer nada de su protagonista principal, optando finalmente por posponer el
proyecto o encuadrarse en un radicalismo de rebelde, derrotista (impotencia);
postura que ha sido observable en la política de buena parte de la izquierda
puertorriqueña en años anteriores al periodo de radicalización durante los
finales del 60 y buena parte de la década del 70 (y aun a inicios del 80). Es decir, nos plantea una una visión de mundo con todas las
contradicciones; como lo es, por ejemplo, la constante actitud frustrada de
Ibarra, su patriotismo de martirologio el cual se estrella contra la realidad
evidente de la fuerza y el poder del nuevo régimen. Hasta en el capítulo VIII de El manglar, de notable
efervescencia popular ficcionalizada, notamos la percepción que de las cosas
tiene Ibarra o más bien, el discurso de la voz narrativa, que representa,
dentro de este universo novelesco, en buena medida, la voz del autor. Si leemos particularmente atentos a la
dicotomía individuo (Ibarra: conciencia juzgadora) y multitud, como totalidad
desorientada, conmocionada, nos percatamos de que cuando Ibarra se acerca la
multitud ésta "oía con indiferencia el relato que hacía el
propagandista de la odisea de unos huelguistas que habían pedido en las
haciendas de caña de Arecibo, un poco más de jornal." (p. ll2 subrayado
mío) Para resumir, incluso el
rompehuelgas es suplido por la zona empobrecida del cafetal, dejando patente la
visión de mundo que trasluce Pérez Losada:
El
hambre de la altura había hecho fracasar la huelga. A los ingenios paralizados
por falta de brazos, llegaron en avalancha los hambrientos de otras comarcas,
en demanda del trabajo que los huelguistas rechazaban al precio que lo venían
haciendo; pero la racha de quienes buscaban un pedazo de pan ganado con cualquier
trabajo fue tan enorme, tan rápida, que ni las desesperadas amenazas de los que
veían fracasar su intento con aquella invasión que bajaba de los cafetales en
ruina... (p. ll2)
Desde
esta perspectiva, y visto con el lente de Goldmann, las masas se rigen ahora
por valores de cambio manifestándose la agonía de sus ideales. En el capítulo V se da una descripción de
Jorge Ibarra, como ejemplo de esa agonía: "pálido, envejecido, descuidado en el vestir, pero elegante,
con la natural elegancia de hombre distinguido." Cuando le habla a Paco Salazar, nos lo describe de este modo:
[...]
en una indolencia de hombre cansado, abatido.
"No iba a ninguna parte.
Estaba enfermo, desengañado, que era lo peor... Salía por las noches, cuando las calles
estaban solas... y escribía en su casa tres ó cuatro horas... un artículo para
un diario que le pagaba dos pesos (una miseria! Pero con eso vivía... además trabajaba en un libro, un libro
revolucionario, un azote, algo nuevo." (p.81)
No
obstante su estado de ánimo, de abatimiento moral, manifiesta claramente su
incapacidad, aparte de que su desempeño en la trama lo hace ver como un hombre
de pensamiento y no de acción, poniéndose, de este modo, en evidencia una
indudable actitud de derrota e impotencia.
Lo cual pone de manifiesto la visión del mundo del sujeto
colectivo, causada por el trauma de la invasión y asociado al grupo
social de los intelectuales, los cultos según la tesis de Escarpit. Esta visión de mundo es, además, patológica
porque el héroe se desenvuelve en “un mundo enfermo”, como lo llamaría Zeno
Gandía y traumatizado por el inmenso cambio socio-político y cultural. Presenta el mundo dividido entre las masas,
el campesinado empobrecido que viene al “manglar” que es la ciudad y también a
la alta sociedad sanjuanera. La parte
enferma de esa sociedad son los desposeídos, pobres, trabajadores desempleados
que Pérez Losada cataloga con nombres colectivos para darle connotación de
conglomerado. Por otro lado
particulariza a los cultos, a los personajes intelectuales que le sirven de
contrapunto quienes también participan de esa visión enferma pues son
impotentes para transformar el mundo, los que terminan asimilándose como
el caso de Salazar o huyendo al campo
como Ibarra. Veamos.
En el capítulo XVII, al enterarse de que el
verdugo cobraba 200 "dollars":
"Ibarra se sintió humillado cuando pensó en el tiempo de trabajo
que representaba para él la ganancia de
esa suma." Veamos esta reflexión:
Qué
era peor, aquel dinero manchado con la ignominia de la inhumana procedencia, ó
la miseria altiva que le acosó tantas veces en su vida penosa de luchador? La pregunta dirigida á sí mismo le inspiró
el auto desprecio que puso en su rostro pálidos rubores encendidos. )¿Cómo era posible concebir aquello sin que
la idea innoble profanara la suprema elevación del pensamiento, siempre puesto
por él en cosas altas y dirigido á nobles empresas generosas? (p.194-95)
Retomando
la forma de pensar de Ibarra, o que le adjudica Pérez Losada, en el capítulo
VIII:
En
la fúnebre oscuridad de la trágica noche asistía á la muerte de su ideal
acariciado por tanto tiempo. Aquella
ciudad que quedaba a sus espaldas, envuelta en la consternación de un desorden
y en la pesadumbre infinita del pánico, aquella quietud paralizada,
cataléptica, del puerto, aquel Hospital que presentía lleno de heridos, de
agonizantes, allí a pocos pasos de él, todo aquel drama de sombra y de sangre,
tenía una causa que él analizaba fríamente:
Y era por eso, por un poco más de pan, por un poco más de descanso en la
faena abrumadora que solamente luchaban ya las multitudes. (p.116)
La
forma de ser de este personaje es sintomática:
cuando averigua que Enriqueta heredará de su marido norteamericano
muerto (por culpa del mismo Ibarra, que lo persigue con una pistola cuando lo
arrolla el tren). Esto es lo que piensa el "patriota":
[...]
Sietemil dollars... casi rica en relación con él. No, ya no tenía que pensar en reparaciones de honra calumniada
que se tomarían por el deseo egoísta de participar de aquel cambio de fortuna
en su ánimo la noticia había causado impresión de desaliento... (p.223)
Luego
nos dice el autor:
Así
era él. Como aquel árbol misántropo que daba la impresión de tristeza de un
náufrago en inútil demanda de auxilio, que elevara los brazos al cielo en un
gesto de suprema desesperación antes de hundirse en el abismo. (p.225)
Fundamentalmente,
Pérez Losada nos presenta en su personaje de Jorge Ibarra a un ser derrotista y
frustrado, con toda la decidida actitud:
"Era un fracasado, un vencido, que sobrevivía a su derrota en un
suplicio de humillación y de tortura. (p.226)
Poco
más adelante:
Pero,
)¿y si él tuviera dinero? Si cambiara
su situación económica. ¿El periódico
de Salazar no podría ser una solución?
¿Por qué la pluma que en otro tiempo le brindó recursos no habría de
dárselos ahora? (p.227)
A
cada momento Ibarra es una voz denunciadora, feroz, implacable, pero sin fuerza
moral:
Se
sintió fracasado, abatido, en la enormidad de su aislamiento, de su vida sin
objeto, acorralado por las fuerzas contrarias que eran poderosas, por el
ambiente de pasividad; agotado por la lucha sin descanso, sin éxito ni gloria,
sin martirio, sin una persecución (sic) aparente que le rodeara de las
simpatías exaltadas, de los que al verlo perseguido, le amase. (p.232)
Y
he aquí que:
Le
dejaban hablar, le dejaban escribir, como á los locos... ¿)Pero es que se escribía y se hablaba por
hablar? ¿La palabra y la pluma, la
oratoria y el periodismo, )no tenían una finalidad en sus campañas, y estas
campañas no condensaban, por ventura, los deseos, las aspiraciones y las
voluntades isleñas? (p.233)
Pues:
Si
la palabra y la pluma se habían hecho inofensivas, si el gobierno nada tenía
que temer del golpe de esas armas inútiles, ¿)qué arriesgaba con dejárselas
manejar como un juguete, un trágico juguete al pueblo niño? (p.233)
Así
que:
¿No
fue mejor que en vez de locos ó en vez de niños, les juzgasen hombres como los
dominadores, hombres, como todos los hombres de todos los pueblos, aunque
contra ellos desatara la tiranía, una tiranía brutal, las prohibiciones de la
fuerza, las severidades de una reacción osada, insolente, bravucona, sin la
mascarilla de la democracia, apoyada en la fuerza de la represión, sin alardes
de mentido respeto á una libertad falsificada? (p.234)
Es
interesante notar que el recurso de "ironía" o distanciamiento con
respecto al personaje se cumple aquí cabalmente; dice el narrador:
Comenzó
a escribir nerviosamente. Llenaba las
cuartillas con rapidez vertiginosa. Eran unas frases quemantes, unos párrafos
soberbios de inspiración, fulminadores, elocuentes. (p.234)
Todo
así, al contrapunto de la personalidad quijótica y sin la valentía directa del
Quijote. Ya anteriormente Pérez Losada
lo ha ubicado: “Ibarra se llevó la mano
á la frente, y lanzó mirada de iluminado sobre las cuartillas sin empezar.”
(Ibid.) Pese a todo esto, la ilusión se
deshace pues Paco Salazar cambia de idea y ya no habrá periódico.
En
cuanto a la presentación que nos hace Pérez Losada del conglomerado social y la
composición racial del mismo, destacado en las multitudes, se nota su
preferencia por destacar los criollos europeizados, de primer plano, y luego
los demás componentes afectados esencialmente en lo cultural y lo económico por
el cambio que representa el nuevo régimen.
Fernando Picó, citando José Luis González, comenta en su Historia general de Puerto Rico que:
Para
finales del siglo 19 todavía estaban deslindados, con la precisión que
brindaban las rupturas sociales, los ámbitos culturales del negro, del jíbaro y
del criollo europeizado.
Todavía
no había comenzado a estructurarse el cuarto piso de los puertorriqueños
norteamericanizados.
Por
lo que sabemos del autor de El manglar
tendríamos que ubicarlo, invirtiendo el tercer "piso", en los
europeos criollizados, que esto sin lugar a dudas también fue,
independientemente del análisis de González.
Además, si nos atenemos al mundo recreado en la novela, el autor
presenta el proceso de norteamericanización como uno arrollador e incoercible
que deja poco sin tocar:
[...]En
todos los órdenes de la vida puertorriqueña, la americanización invadía
jurisdicciones inviolables en un atentado rudo a la integridad puertorriqueña.
(p.298)
Por
el lado de lo colectivo, que contrapuntea con la visión individualista de los
personajes Lulú y Paco Salazar / Ibarra y Enriqueta, se evidencia el signo multitudinario; sobre todo el
interés del autor por crear un personaje colectivo en todo momento. No creo necesario hacer un catálogo de todo
esto, pero me referiré al artículo mío ya citado al inicio de este trabajo:
Además
del nudo sentimental-carnal, en la obra concurren en sus páginas, bajo visión
crítica: la americanización, la lucha socio política, la burocracia, las
contradicciones de la ciudad, la vida citadina, la opresión, las multitudes. De hecho, una de las características de la
obra es la frecuencia con que las multitudes hacen presencia en los troles, en
el tren, en la plaza del mercado, en los mítines políticos: recibimiento al
presidente o mitin socialista, huelgas, camino del trabajo o en las calles. En sus páginas asistimos a un leprocomio en
Isla Cabras, a una ejecución en la horca, a una huelga muellera y su
subsecuente represión que torna a San Juan en una ciudad en estado de sitio.
Aparecen en sus páginas referencias a Rubén Darío (otra evidencia de que el
modernismo no estuvo tarde por la Isla), el relato, de hecho un capítulo
entero, de la primera emigración de puertorriqueños a Hawaii; se nos presentan
escenas de picardía popular, pero sobre todo, la denuncia frontal permea sus
páginas sin perder su valor ficcional...
Según
Zorrilla Castresanael
sistema social se estructura y, en cuanto a sistema social, desarrolla una
serie de roles que, a su vez, están también estructurados como las funciones de
donde se originan. De acuerdo a este
autor, las relaciones entre los sistemas de relación de una sociedad global
pueden ser tales que, en un momento dado, un sistema sea dominante, en el
sentido que tenga más autonomía que los otros.
El sistema dominante, dice, reduce así los anacronismos de los cambios
sociales. Para los sociólogos
marxistas, el sistema dominante es el económico. Conforme a este autor,
quien a su vez cita a R. Dahl, un gobierno lo es a partir del momento en que
sostiene con éxito la pretensión al control exclusivo de la utilización
legítima de la fuerza física en la aplicación de sus reglas en el interior de
un espacio territorial determinado.
También aclara que el conjunto de roles a los cuales el poder está
vinculado constituye el gobierno. Por otro lado, Georges Balandiernos
dice que la sociedad colonial tiene sus clanes
o facciones, no es homogénea más o menos rivales con su propia política
indígena. Como indica Fernando Picó
al referirse a la ley Fóraker (motivo de la visita de Roosevelt a
P.R.):
En
ninguna coyuntura de la historia
política de Puerto Rico desde l868 ha estado el país tan inerme ante una
decisión legislativa tomada fuera de la isla
como lo estuvo en los primeros meses del l900.
Inmediatamente
añade Picó:
La
ley que el Congreso pasó finalmente para establecer un gobierno civil en Puerto
Rico fue resultado de varios entendidos entre las facciones congresionales,
pero muy escasamente reflejó las aspiraciones
de los sectores dirigentes del país.
En cuanto a las masas puertorriqueñas, nadie consideró necesario
consultarles.
Picó
se refiere a la confusión de los líderes puertorriqueños "poco avezados en
la dinámica de la política norteamericana". En este sentido podemos hablar de trauma con la definición que le da el Diccionario Larrouse,
que lo defina como equivalente a traumatismo: no sólo herida, sino: "Trastorno psíquico producido por un
choque."
Dentro
de todo ese liderato, los intelectuales —que necesariamente estaban entre las
clases provenientes de hacendados y comerciantes—, y cuyo rol dirigente se
trastocaba ante la desarticulación de su poder influyente, o al menos efectivo,
ante la conmoción del "cambio de soberanía", sobre todo, resultaban
tocados por dicho trauma. Sobre todo si
tomamos en cuenta que, en el importante periodo de cuaje de nuestra
nacionalidad, la burguesía criolla demostró tener una importancia
incuestionable. Sin embargo, preciso es
señalar que la idea de una burguesía criolla ha sido notablemente puesta
en duda por Picó:
La hipótesis de una burguesía criolla
descansa en el supuesto de que existe una cierta homogeneidad entre los
sectores dominantes que posibilita la definición de una identidad nacional en
base de sus intereses. [...] Sobre todo el hecho de que las élites del Puerto
Rico del siglo l9 no prevalecieron debilita la hipótesis de una burguesía
criolla.
Tanto
criollos como peninsulares, en cuanto facción de clase interesada, recibieron
con igualdad de confusión la nueva situación.
(Me refiero a la clase dirigente de la que nos habla Picó). Las cosas no andaban tan mal por las
reformas españolas de la república, pero no eran las mejores y los problemas
gravísimos con el resultado de que a la invasión hubo cierto despelote
comercial y los comerciantes americanos vinieron a pescar en río revuelto. Con el asunto del poder político y el nuevo
carácter colonial después del breve periodo de autonomía y reforma, la elite
dominante e intelectual tenía frente a sí
un problema "traumático", que recoge admirablemente Pérez
Losada tanto en La patulea como en El manglar. Podemos decir
que este autor que no era un miembro de la elite propietaria (aunque sin duda
un protegido de la misma), hijo adoptivo del país y, por ende, sin anclaje
colonial bajo los españoles, pero con equilibrio suficiente (y el talento
literario) para cuajar en estas dos obras un máximo de conciencia posible
no solo de la elite intelectual sino de la clase hacendada y comerciante
liberal a la cual estuvo vinculado.
Ello no es óbice para que
resulte destacable la conciencia popular que exhibe a través de toda la
novela. Es a través del personaje de
Ibarra (y de Salazar, también) que las contradicciones de postura del
pretendido líder patriótico (quien por otro lado, funge de conciencia
denunciadora) se hace a no dudar, patético.
Su perspectiva es la de ubicarse en una posición dominante respecto a
otros personajes que están debajo de él en la escala social. Esto se nota más en las actitudes de dar
limosna y aun el altruismo que ya hemos visto en Ibarra para con
Enriqueta. Veamos: “Salazar no era ya el hombre en que había
confiado creyéndole un fervoroso adepto de la causa por él defendida.” (p.248)
Luego:
Paco
Salazar ya no pensaba en otra cosa que en su idilio; quería aprovechar,
desquitarse de su abstinencia amorosa, gozar de su conquista en una abstracción
de hombres y cosas. (p.249)
Ahora
Jorge Ibarra a las preguntas de Salazar sobre sus planes, sobre el porvenir:
...él
no abdicaba nunca, sus ideales no podía abandonarlos; él no era de los que se
doblegaban ante las circunstancias ni buscaba fáciles acomodos. La lucha en él era una convicción, una
necesidad. (p.254)
Y
más tarde:
Casarse
con Enriqueta y educar aquel niño en sus ideas para que su ideal no pereciera
cuando él con toda la generación actual, ó antes que ella, desapareciera en la
irremediable evolución de la muerte. (p.285)
A
fin de cuentas:
La
obra redentora, su ideal, no moriría con él. Pertenecía á su pueblo y en su
pueblo enarcaría de nuevo cuando sus manos de vencido dejasen de tremolar la
bandera augusta del derecho...
Más
adelante, se percata que proyecta tener un hijo propio, no solamente criar el
de ella que es hijo de norteamericano y puertorriqueña. Prefiere dejar su herencia de lucha, de
porvenir en un hijo puertorriqueño por ambas partes. De ese modo, supone la idea una colocar la responsabilidad en
manos de una nueva generación de puertorriqueños, la lucha que él dejara trunca
:
…empezó
a darse cuenta de la acechanza urdida por el redentorismo, en los constantes
aplazamientos para el futuro de las reclamaciones imperiosas formuladas en
apremiantes requerimientos del patriotismo exaltado (p.286)
Resulta
interesante cuando más adelante se pregunta:
“¿)La libertad para quién?” (p.287)
A lo cual contesta:
Latinos
y sajones deberían darse el abrazo de hermanos en la tierra de América, para
seguir la causa noble de la civilización del mundo pero el clamor de los
oprimidos denunciaba la gran farsa del redentorismo expoliador. Se quería cometer el gran crimen colectivo
de acabar con un pueblo, para dejar la tierra libre, la bella tierra de
promisión como un ensueño de fantasía a la patulea vencedora. (p.288)
Y
a pesar del tono valiente y certero de su crítica resuelve:
Ibarra
se oprimió con ambas manos la frente atormentada y siguió mirando al porvenir,
como si quisiera en aquella noche de desolación descubrir sus más pavorosos
secretos y penetrar sus negruras amargas.
Se reprochaba el apocamiento que le había llevado a confesarse inútil
para lo que otros hombres vulgares resolvían.
Tener una casa, una mujer, un hijo, para afianzarse en el mañana. )¿Qué hacía falta para ello, dinero? Pues si la pluma no se lo daba, arrojaría la
pluma por inútil e inservible. Sentíase
otro, como en sus mejores años de entusiasmo, de bohemia preocupación, cuando
las incertidumbres del porvenir no habían puesto vacilaciones en su senda. Ya
era otro, y ahora quería penetrar en el futuro con la transfiguración de una
nueva carne, redivivo en su hijo, en el hijo de él y de Enriqueta, porque era
de aquella mujer sublime que habría de nacer el heredero de su nombre y el
continuador de su obra. (p.290)
Finalizamos
las ideas o ideologías expresadas por éste y el otro personaje porque recogen
lo que serán después en la literatura y en la historia una constante cíclica,
de impotencia:
[...]Después
de todo la lucha era imposible, y muy corta la vida para empeñarla toda en una
campaña sin más término que el fracaso o la muerte. Salazar hablaba en pesimista y se confesaba vencido; así lo
estaba él aunque no quisiera reconocerlo. Maniatado, inútil, sujeto á la
impotencia de la acción y casi amordazado en el acecho de las leyes inexorables
y en la indiferencia de los suyos. (p.296)
Aquí,
en esta novela se halla la raíz de la docilidad de la que luego
hablaría Marqués. También aquí encontramos el inicio de la
literatura de la vuelta al campo que Laguerre (y otros también),
desarrollaron años más tarde; una pequeña muestra lo deja claro, veamos: “Quedaba un elemento sano, el campesino.”
(p.298)
Luego,
el personaje de Ibarra, toma la
decisión de irse con Enriqueta a llevar su ideal al campo. Resulta interesante la homología que se
establece entre el personaje femenino de Lulú que viene a ser una representante
del nuevo orden, en tanto Enriqueta se homologa con la Isla, es la mártir, la
enferma, la maltratada por el esposo americano, etc. Y bien traída la duda que se establece en la mente de Ibarra
porque Lulú le embruja con su coqueteo; al final de cuentas Ibarra consigue
quedarse con Enriqueta que, a fin de cuentas, le resuelve el problema económico
con la herencia del norteamericano. Tanto él como Salazar han claudicado, pero
Ibarra, más delicadamente, tiene su propia explicación explicación:
Recordaba las insinuaciones de Paco Salazar
para que, como él, transigiera con lo que no tenía remedio, con lo que había
dispuesto la fatalidad inexorable... Pues no, él no transigía. Aún le quedaba
una esperanza, una ilusión que acaso se esfumara como todas las que habían
iluminado su vida de luchador, pero á ella se aferraba, con todo el vigor
reconcentrado de sus empeños póstumos.
Muy pronto dejaría la ciudad en que tanto había sufrido, en que había
visto morir una á una sus ilusiones de la primera juventud. (p.312)
La
novela finaliza con la ironía del héroe degradado en su búsqueda de valores
incompatibles con el mundo: “saber que
ya no estaba solo, para disculpar el egoísmo de aquella multitud que pasaba sin
verle, y á la que había dado su juventud, su vida de muchos años...” (p.312-13)
Entonces
adquiere el galardón que es el amor de la mujer; no se sustrae la distancia o
ironía con que le trata Pérez Losada:
Oyó
sus pasos... Venía la santa, su recompensa, su premio. Sintió una fuerza inexplicable, una
sensación de eternidad...(Ya tenía un amor, ya era fuerte otra vez! (p.313)
Así
da por fin la narración: Con la sustitución de los valores de uso por los valores
de cambio, mediatizados por la ideología de la ilusión, del amor idealizado, en
tanto que en Salazar lo que está en juego es un erotismo crónico exacerbado por
la personalidad casquivana de Lulú, que ha coqueteado con Ibarra aun después de
que ya había formalizado con Salazar.
La situación es obviamente bufa, pues Salazar se acomoda a la burocracia
para mantener las tonterías de Lulú que, es de presumir, no será duradera; por
el otro lado, Ibarra ha seguido un camino de renunciación impotente más prolijo,
pero igual de degradado porque ha terminado aceptando el dinero, la herencia de
Enriqueta (indirectamente); y todas sus conjeturas son meras lucubraciones para
justificar su conciencia. Incluso, su
ida al campo— a él le consta, en cuanto a personaje— no significará nada desde
el punto de vista social y que el día que ello ocurra allí acudirán los más
fuertes: "Cuando las cosas
cambiasen, ya irían por allí los propagandistas á sacar el partido posible de la
organización para entonces reservada." (p.298) En definitiva, una suprema ironía narrativa, hábil y
magistralmente contada.
Debemos,
finalmente, al estudio de Gómez Rivera
el encuadre naturalista de esta obra; también señala la influencia modernista
de su prosa algo que, realmente yo no veo tan claramente. Según este autor, hay
un "afán esteticista" que él identifica como modernista:
En Pérez Losada hay un afán constante por ser
elegante en el decir. Este afán se
refleja no solo en sus paisajes líricos sino también en las más crudas
descripciones naturalistas.
Me
parecen típicos del naturalismo los marcados elementos eróticos de la obra, el
amor está flanqueado por el interés y ninguna de las heroínas es virgen,
excluyendo así elementos románticos. La mirada crítica y penetrante, bien de
Ibarra bien del narrador, resulta casi "científica", lo cual recalca
la visión de mundo que recorre esta obra ( e incluso su asociación con las
ideas modernistas, resulta igual de evidente).
En
el episodio del convento, el celibato de las monjas se ve como una horrenda
lucha por la pasión corporal: "cuántos anhelos estrangulados por el
terror, ensombrecidos por la visión horrenda de infernales castigos..."
(p.49) La irreligiosidad resalta cuando
nos habla de "la bella farsa del calvario" y se nota la influencia
religiosa de aglutinación de masas, en el capítulo XIII, en que menciona al
hombre-dios o hermano Cheo.
En
el capítulo VIII, la escena del hospital, aunque matizada por el tono
testimonial y de denuncia, atiza rasgos naturalistas. Sin embargo, la escena
del sanatorio de Isla Cabras es contundente en sus descripciones; ejemplo:
Se fijó en los rostros espantables, en las
manos horrendamente mutiladas, las
falanges caídas, ulceradas las falanginas en inminente desprendimiento y todo
de un color vinoso, asqueante. Algunos
estaban ya sin nariz, dejando en descubierto espantosas concavidades
purulentas, de aspecto nauseabundo... (p.240)
Este
realismo grotesco de que habla Bajtin
se completa con la sugerencia del baile de leprosos; o la noticia del poeta (¿?)
leproso, que en el discurso le hace decir al autor:
Era la paradoja de lo sublime en lo
horrendo. La imaginación creadora de la
belleza junto á las asqueantes lacerías de una monstruosidad espantable. Una mariposa que de pronto se viese
aprisionada en la larva. (p.244)
Para
Zeno Gandía tal charca es una imagen del mundo descompuesto socialmente,
la charca como algo estancado y sin posibilidades de movilidad; pútrida.
Pérez Losada ensaya un tanto la imagen aquí en el mundo costero y citadino de
San Juan: “Sí; había que alejarse del
manglar con sus emanaciones palúdicas, con sus amagos constantes de
enfermedades terribles...” (p.299)
Es
interesante señalar que la casita humilde donde Ibarra convive con Enriqueta
(¡¡¡sin cohabitar sexualmente!!!) está "casi metida en el manglar"; y
que de los rumores que calumnian a Enriqueta, indica: "La calumnia había
salido de aquellas casuchas, nació entre la pobre gente, ó venía desde la
ciudad, de allí, del otro manglar, de San Juan... etc. (p. l51) El hecho de que el autor recurra a los
elementos evidentes del naturalismo reafirma su particularidad, respecto a la
visión de mundo puesto que presenta un mundo enfermo, en este caso bajo la
imagen de un manglar, imagen de estatismo a no dudar.
Cesáreo
Rosa Nieves, citando a Rafael Martínez Nadal, muestra que:
[...] Termina la obra con la fuga de Lulú
hacia Estados Unidos y el logro de la soñada felicidad de Ibarra y Enriqueta,
que se proponen adquirir la tierra que le quitaron al viejo por no haber podido
pagar las contribuciones.
Según
Rosa Nieves, Pérez
Losada se vale de la narración para hacer valientes críticas sociales: “los salarios de hambre de los escritores de
Puerto Rico, la vida lamentable de la gente de los arrabales (la Perla, por
ejemplo), el régimen yanqui, atropellando a los nativos, y el vicio, el hambre
y la prostitución que nacen como resultado de la colonia.” En la pluma de Pérez Losada asoma un tono
polémico de anticlericalismo, actitud también muy vigente en Pérez Galdós y los
hombres de la generación del 98 en España.
Conclusión.
En
resumen, creo que El manglar es una obra abierta,
con enormes posibilidades de estudio que, desde luego, apenas pueden tratarse
con detalle en una monografía. Sin
embargo, quiero reiterar su carácter de obra sociológicamente válida en la que
su autor dota a nuestro acervo literario de un documento de ese tiempo
magistralmente retratado y a la vez de una obra que, a la luz de la sociología
literaria, ubica su época y a los intelectuales de la misma dentro de una
perspectiva más clara respecto a las relaciones entre el escritor y su
sociedad. Nos presenta la misma las
circunstancias de impotencia, trauma individual colectiva y franca
descomposición social mediante la organización del relato o relatos principales
entre los colectivo y lo individual confrontados antes los valores ascendentes
del nuevo detentador de la soberanía política de la colonia. Demuestra una decidida opinión ante los
hechos de asimilación cultural y política.
Y, por supuesto, desde el punto de vista ideológico, recoge el desamparo
de los personajes prototípicos ya
discutidos, para ubicarnos en sus dinámicas de degradación, impotencia y
claudicación. Muy legible y
entretenida, singularmente destacable como documento, como obra naturalista y
como literatura de lo urbano en Puerto Rico; es además una obra de gran
contenido político cuyo análisis sociológico he querido iniciar, a modo de
ejercicio, con la esperanza de haber logrado, al menos, un aceptable intento.
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