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Ensayos Hispánicos
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05 de Enero, 2011 · General

Aproximación a la novela El manglar de J. Pérez Losada

Introducción.

            No deja de sorprenderme esta obra narrativa a la que dediqué un artículo entusiasta hace alrededor de veinte años atrás y a la que califiqué con un título un tanto ingenuo pero no falso, de "primera novela de la ciudad en nuestra literatura".[1]  La pretensión de descubrimiento literario debo perdonármela hoy que, al contacto con novelas del periodo, y de otras lecturas, he podido comprobar la existencia de otras narraciones en las  que se ha tratado el tema de la ciudad.  Probablemente  debí llamarle la "mejor novela de la ciudad" hasta el momento y de ese modo salvar un poco el tono sensacional que hoy le descubro.  Con esas  consideraciones aparte, debo reconocer  que la relectura de esta obra, junto a su predecesora La patulea, resulta una agradable sorpresa literaria.

            En el mencionado artículo hice el siguiente juicio que, me parece, tiene relevancia aún:

Aparte de su valor histórico-literario la novela mantiene legibilidad para el lector moderno, tiene aún "actualidad" y leerla será un placer independientemente de la curiosidad que constituye.  Sobre todo es un documento sobre la vida capitalina puertorriqueña de principios de siglo.  El pueblo puertorriqueño está allí retratado como hoy, en la multiplicidad de sus facetas. [...][2]

 

            La novela no ha sido valorada lo suficiente, y no sabe uno si por ser peninsular su autor o por el tiempo que ha pasado, el caso es que se le conoce poco, y al da de hoy es una obra prácticamente olvidada, salvo el interés de alguno que otro historiador de la literatura, y esto de modo muy pasajero.   La obra descuella, sin duda alguna,  en lo concerniente al tema de la ciudad y, en este caso, de la ciudad capital, que mucho, muchísimo tiempo después, René Marqués admirablemente trabajara en la excelente cuentística de En una ciudad llamada San Juan.  Por supuesto, de época  más cercana a la misma lo es El negocio de Zeno Gandía, en cuyo caso la ciudad es Ponce.  Novela es, también, de acertada denuncia de un momento político particular con su concomitante dinámica de corrupción moral, social, y aun física en los personajes desarrollados.

            Se sabe que nuestra novelística ha sido, un poco irregular a principios de las décadas iniciales del siglo pasado.  Zeno, como figura principal, y otros ya parcialmente olvidados como José Elías Levi, Ramón Juliá Marín, Matías González Garía y otros.[3]  En estos autores—desde la perspectiva de la visión de mundo particular de cada uno— la denuncia de los males sociales, por influencia del naturalismo,  se hace clara y va sentando la pauta que define una buena parte de lo que será la narrativa y aun buena parte de la literatura nacional:  el sentido de compromiso con la justicia social; el afán de denuncia de los males en el seno de las masas; y la crítica a los causantes de dichos males, sean gobernantes, potentados y personalidades bien ubicadas en la escala de la sociedad organizada.  En algunos casos, la novela se ha movido hacia la orientación política particular que desafía las mismas estructuras sociales con las que el autor se halla en oposición.

            Puedo hacerme eco de la siguiente tesis de J. J. Beauchamp sobre la producción novelística nuestra y adaptarla para estos fines a la idea de que con esta novela se inicia un radicalismo político directo, en la cual el novelista puertorriqueño se enfrasca en:

lo que, parafraseando a Lukács, podríamos denominar como una búsqueda demoníaca de afirmación nacional y de resistencia cultural y política (valores auténticos para el novelista) en un mundo de valores inauténticos (...)[4]

 

            Beauchamp comenta, además, la notable inseguridad que proyectamos como pueblo ante cualquier extranjero por la insistencia de reafirmarnos en indicar "yo soy puertorriqueño" y que se pone de manifiesto en pegadizos, en recordatorios, banderas, lápices, automóviles, etc. Por el lado de los escritores, dicha inestabilidad se presenta "como una búsqueda de definición de la identidad y una actitud de resistencia."[5]         

            Toda esta dinámica intelectual antes referida, la encontramos plenamente presentada en las dos novelas de Pérez Losada:  La patulea y El manglar, que sirve de continuidad por la participación de uno de sus personajes principales:  Jorge Ibarra.  Por supuesto, el verdadero personaje principal es, en sí, el mundo urbano, la ciudad, como espacio de la totalidad.  En este sentido, la obra resulta sumamente moderna en el sentido en que lo son —salvando las distancias— Ulises de Joyce y Adán Buenosaires de Marechal, novelas posteriores.  Sabemos que Galdós trabajó ampliamente el tema de la ciudad, pero en nuestra literatura destacamos mayormente a Zeno Gandía, con Redentores, de l922, que no se publicó en forma de libro  en vida del autor, pero se entregó completa por capítulos en 1925 en el periódico El imparcial.[6]  La insistencia política de que nos habla Beauchamp también es marcada en esta novela, de forma similar a como se da en la narrativa, no sólo de René Marqués, sino de otros autores puertorriqueños.

            Gómez Tejera, en su trabajo sobre la novela, acepta no conocer la La patulea, pero cita directamente la única fuente  con que presumiblemente contaba:  una reseña de Rafael Martínez Nadal, quien se expresa sobre la misma señalando que:

                        En toda la admirable y magistral labor de la Patulea, se oyen estallar con sonoridad abrumadora, los latigazos que valientemente propina el escritor a las impudicias y concupiscencias que enferman a la sociedad; y la ralea huye espantada del látigo que no perdona y se refugia allá en el anónimo a pensar en nuevos males que no realizará por temor al novelista, que ante ella se yergue con la pluma vindicadora en la diestra...[7]

           

            También añade:

                        Es además la Patulea espejo fiel donde podrán observar las naciones hispanoamericanas los efectos de la absorción, el horóscopo del tenebroso porvenir que espera a las que se sometan, y el grito de alerta para todos los que amen su raza y su terruño nativo.[8]

 

            Con relación a El manglar, Gómez Tejera afirma que las palabras citadas pueden aplicarse a la misma.  Y a continuación afirma:

                        La obra es un conjunto apretado, en el que se agrupan nuestros problemas, nuestras luchas, nuestras aspiraciones.  Con prosa fácil, galana, describe Pérez Losada escenas de la vida real, que pasan ante nuestros ojos asombrados, por la verdad que representan, por la fluidez del narrador y del colorista:  la llegada de Roosevelt, el baile en Santa Catalina, el paseo por el convento, la vida de San Juan a todas horas...el manglar...la Isla de Cabras, y realzando el cuadro, la palabra irónica y punzante del autor.  Lulú y Salazar, Ibarra y Enriqueta, dan mayor interés a esta obra plena de vida.[9]

 

Análisis de El manglar.

            Iniciaré el análisis de El manglar a la luz de la sociología de la literatura, especialmente la perspectiva que plantea Lucien Goldmann.  Ya  he referido esto  a través de la paráfrasis que de Lukács hace J. J. Beauchamp, aplicándola al novelista.  Vayamos a la teoría de Goldmann para determinar el análisis a seguir. Según el teórico rumano, la novela es, de alguna forma, la historia de una búsqueda.  Y ésta es la búsqueda de unos valores auténticos en un mundo que está degradado.  El héroe (si es que se le puede llamar así: probablemente "antihéroe") es  problemático, porque en su búsqueda degradada de tales valores auténticos va tras lo que no ha de encontrar, pues el mundo no se rige por ellos ya que en la sociedad capitalista, los valores de cambio sustituyen abrumadoramente a los valores de uso o auténticos.  De manera que, el aludido héroe, queda por loco o por criminal ante la sociedad con la que, por supuesto, anda en franca oposición.  Goldmann, expresa estas ideas–es bueno aclarar-  citando a Lukács en su ensayo sobre la novela[10] y no en su extensa obra sobre la tragedia, El hombre y lo absoluto:  el dios oculto.  Planteamos que, en esta obra, el elemento organizador del texto, o estructura significativa coherente entendió que es la dicotomía entre las multitudes y los caracteres o personajes individuales.  La visión de mundo de los intelectuales de avanzada de su momento ( se adelanta a la futura elite intelectual de años posteriores en su dinámica de denuncia política); en cuanto a la estructura englobante, la idea del trauma causado por la invasión y asimilación creciente de la cultura hispana-puertorriqueña por la de los valores nuevos del mundo norteamericano me parece la fundamental, unida a una subestructura de impotencia que permea la conciencia de los personajes individuales y el elemento de desamparo o abandono que parece ser constante en los personajes colectivizados.

            Es significativo, también, dejar constancia de que la novela bajo estudio se publicó en l909 y se concibió como segunda parte de La patulea (de l903).  A juzgar por la dinámica de relaciones y situaciones, su tiempo de ficción se ubica históricamente alrededor del mismo tiempo de publicación; esto lo constatamos, no sólo por el afán testimonialista del autor, sino que, al consultar el trabajo de tesis (inédito)[11] de Manuel Gómez Rivera, corroboramos que el evento histórico con que se abre la novela, la llegada de Teodoro Roosevelt a Puerto Rico, no es ficticio, sino fundamentalmente un hecho histórico.  Nos dice Gómez Rivera que, en l906, el Presidente norteamericano visitó la Isla y, a su regreso a Washington, recomendó la concesión de la ciudadanía americana a los puertorriqueños.  Si en La Patulea (palabra que significa soldadesca borracha) asistimos a la desapropiación del campesino de parte de los nuevos detentadores de la soberanía, junto a los efectos devastadores del huracán que a finales siglo XIX e inicios del próximo dio corte definitivo a la situación político-social del Puerto Rico de entonces, en El manglar veremos el hecho ya consumado y ubicado directamente en la ciudad de San Juan, sede de la nueva administración local, en aquel entonces enteramente norteamericana, representada dentro de la esfera de la ficción narrativa.

            La primera de las novelas de Pérez Losada de que me ocupo en este trabajo, La patulea se ubica en Avisperos (el pueblo de Hormigueros, obviamente) y se inicia con una espectacular peregrinación que, no empece su carácter religioso, el público de la ficción, visto por el narrador, lo toma como una fiesta carnavalesca—, elemento irónico notable de Pérez Lozada, al desacralizar el evento en manos de las masas como un día de campo—.[12]  Es de notar que Pérez Losada posee un marcado interés por ubicar las muchedumbres como personajes colectivos, y así inicia El manglar:  con la dicotomía de lo individual y lo colectivo (la estructura significativa coherente, como veremos más adelante), que se mantiene de comienzo a fin.  Al principio nos topamos con Paco Salazar, abogado de 32 años y con fama de galante y donjuanero, cansado y hastiado por la vida de "agitación y de luchas a la que se había consagrado..."; personaje que también representa la impotencia ante un mundo de cambio político, cultural y social, que guarda su elemento de inconformidad, pero se limita a ver, como lente del autor-narrador, quien lo presenta, mientras observa la muchedumbre, de esta forma:

...miró la hora en su reloj: faltaban pocos minutos.  En las puertas, en los balcones, en las azoteas de las casas, en las aceras, en las bocacalles se agolpaba la multitud, esperando ver al grande hombre.  Toda la población de San Juan se había reconcentrado en la calle de la Fortaleza y sus avenidas para ver un instante á Teodoro Roosevelt, cuando pasara en el estruendo de los automóviles, de las bandas militares, de los aplausos, de los bravos de la multitud.[13]

           

Más adelante:

 

La muchedumbre aplaudía, aplaudía aquella música que sonaba á confraternidad y á sarcasmo, aplaudía a los soldados gallardos de rítmico andar, y más sonoramente á Roosevelt, á Teodoro Roosevelt! que pasaba sonriente, amable, de pie en el automóvil en marcha lentísima, por entre el cordón de policías que afectaban rigideces militares.[14]

           

            Pérez Losada presenta esta oposición de manera consciente.  En su interés en las manifestaciones populares, eficazmente traza el contraste.  Veamos la opinión  del sociólogo Restituto Zorrilla Castresana[15] en torno a la función de las manifestaciones.  Nos dice que la misma se define siempre con relación a una totalidad.  Indica también que son un medio de establecer una comunicación entre los grupos sociales y la autoridad.  Para este autor, los individuos y grupos poseen diversas formas de comunicarse entre sí, siendo la más frecuente la lengua, aunque no la única; así, las manifestaciones no sólo son una forma de comunicarse sino que además constituyen un modelo de comunicación que es susceptible de ser analizado "en términos de sistema, dado que siempre encontramos los mismos elementos que se relacionan entre ellos de una manera constante, lo que viene a decir que las manifestaciones son un sistema social o, mejor, un subsistema."[16]

            Veamos que estas ideas, explican la postura de Pérez Losada en cuanto narrador quien, de manera intuitiva, percibe o percibió en su momento esta dinámica como para hacerla formar parte de su ficción. De esta manera la estructura significativa coherente y la estructura englobante poseen una clara concordancia en este texto. Es, sin embargo, necesario entrar a la discusión de la misma a la luz de la teoría goldmaniana de la novela.

            A nivel individual, el personaje principal es Jorge Ibarra, un intelectual y hombre de ideales patrióticos que se opone al nuevo régimen norteamericano recién instaurado en la Isla.  Es el héroe degradado de que nos habla Lukács.  El otro personaje varón que destaca la narración es Paco Salazar, cuya clase vincula con la de Ibarra, ambos  venidos a menos por el cambio de soberanía; — aunque Salazar irá en proceso de irse integrando al nuevo sistema por falta de coherencia o firmeza en sus ideales—, emparejados a sus proyectos inconstantes y a su vida frívola y donjuanera, en especial su obstinación en conseguir a Lulú, la coquette divorciada.

            Así, los capítulos se reparten entre las presencias de Paco Salazar y Lulú; y la personalidad lastimosa de Ibarra, siempre al contrapeso de la ciudad exuberantemente recalcada por Pérez Losada, que verdaderamente quiso legar a la posteridad un retrato vívido, en la ficción novelesca, de un mundo urbano de principios de siglo, quizá porque temió por su desaparición ante la pujanza de la asimilación del nuevo régimen.

            Jorge Ibarra —como dijera anteriormente— es a quien realmente podemos identificar con el héroe degradado, destacado por Goldmann, pues su búsqueda es siempre la de valores absolutos en la sociedad degradada.  En él se da "la ruptura insuperable" de que habla Goldmann.

            Me parece que de los tres tipos constitutivos que enumera el teórico sociológico, el de la novela del "idealismo abstracto" es más cónsono con esta obra que nos ocupa.  En su obra dice Goldmann que lo característico es "la actividad del héroe y su conciencia excesivamente estrecha respecto a la complejidad del mundo”.[17]

            Este aspecto señalado por el teórico de que la novela del héroe degradado es a la vez una biografía y una crónica social, se cumple admirablemente bien en esta obra, si sobre todo, tomamos en cuenta los elementos que del héroe (Jorge Ibarra) se tienen de la obra  precedente, La patulea.

            No obstante, lo señalado por Goldmann en términos de que el novelista rebasa la conciencia de sus personajes, no parece cuadrar con la narrativa de Pérez Losada.  Sus posiciones, bien en boca de Ibarra, de Lulú o de Salazar, no dejan duda que son las posturas que el autor quiere recalcar en su ficción.  En este sentido, hay poca mediación.  El mero hecho de mostrar es una forma de denuncia — se ha dicho— y el autor no pierde momento alguno.  La misma forma caleidoscópica en que está concebida la obra, la asemeja un paseo turístico, por todo lo destacable de la ciudad; y aún más, hace que la misma represente una circunstancia de contraste entre la conciencia del personaje, por lo general Ibarra —pero no exclusivamente de él—, y el entorno narrativo, con sus descripciones de lugares, personas y retratos morales de los personajes.  Por supuesto, conozco y concurro con la postura de Bajtin[18] de que es imposible suponer una coincidencia a nivel teórico entre autor y personaje; la correlación es distinta porque, según este teórico, la totalidad del personaje y la del autor están a diferentes niveles. "

            Desde luego, a veces, el autor convierte a su personaje en el portavoz inmediato de sus propias ideas, según su importancia teórica o ética (política o social), para convencer de su veracidad o para difundirlas [...]"  A pesar de esto, Pérez Losada se adelantó a la época de denuncia y prédica independentista en la literatura, tan marcada en la generación de escritores de los cincuenta, que tiene en René Marqués su mayor hierofante.  Es evidente una decidida postura de hacer literatura de testimonio y denuncia política sin precedentes en el novelar de su tiempo.

            Quizás debiéramos inquirir el porqué.  Esta postura se puede vincular a la estructura significativa coherente que es la dicotomía de lo colectivo vs. lo individual.  Es decir, los intereses personales de los personajes principales, que han de privar por sobre las necesidades colectivas vistas y evidentes ante estos.  Ibarra y Salazar renuncian a sus posiciones de liderato y a su valor de líderes por intereses inmediatos de amor o familia y estos son los personajes dotados de mayor conciencia política y social en la obra.  Puede decirse, además, que a través de la conciencia de Ibarra, del narrador y los otros personajes se nos exponen los enormes problemas y las enormes responsabilidades que ha contraído el país ante la nueva sociedad imperante.  De este modo la subestructura de impotencia que se le apareja, se hace cónsona con la otra gran subestructura que se convierte en la estructura englobante, a la cual  es posible vincular la obra con el concepto de trauma que tan bien ha descrito Manrique Cabrera[19] en su clásico manual:

            [...] era sencillamente el trauma: el violento desgarre histórico consumado sin la intervención nuestra, y ante el deslumbramiento ingenuo, pueril, cuando no iluso y vacuo de muchos liberales isleños que confundieron colorines y palabras con realidades. [...] (p.160)

 

            Esto explica el carácter insistentemente colectivo que contrapuntea la novela; es como si un afán denunciatorio, de los discursos narrativos de opinión contraria al mundo norteamericano recién estrenado, ya en boca de uno a otro personaje, o la dinámica individual escasa  de los protagonistas principales, intentara significar ese trauma colectivo que afectó la intelectualidad puertorriqueña de todas las esferas, con la cual se identifica el sujeto colectivo de El manglar.  Sin embargo, aunque Manrique señala a Hostos (su referencia es Tomás Blanco:  Prontuario histórico de Puerto Rico) y son conocidas las declaraciones de Betances a la entrada de los norteamericanos, la realidad es que a nivel narrativo no conozco nadie que haya hecho una obra de tanta coherencia y de carácter tan inmediato de ese momento  histórico como Pérez Losada en ambas novelas, con tal visión dicotómica de campo vs. ciudad.

            ¿)A qué visión del mundo responde entonces, esta obra?  A esta pregunta  habré de intentar una respuesta en el análisis de la misma.  Paco Salazar es apenas un tipo; su desarrollo como personaje resulta escaso y aun cuando está en escena, es Lulú quien lleva la fuerza de los acontecimientos, es por ella que él piensa, planea, ve, se interesa y sus acciones están movidas por la personalidad inquietante y sensual de la "rubia", cuya vida gira alrededor de valores dudosos, al menos como los percibe la mente de Salazar, quien comprende que su situación económica no está para poseer una mujer que sus gustos están muy cerca de los valores de cambio que avanzan con el nuevo "mundo" recién implantado por el nuevo orden norteamericano.  Los estadounidenses son el "progreso" material, los valores de cambio y la cultura forjada dentro de esa particular cosmovisión; sin duda, cónsonos con el carácter de Paco Salazar y de Lulú, de modo que no resulta extraño el paulatino acomodo que se va dando en Salazar a medida que se intensifica la posibilidad de poseer a Lulú, la inaprensible, pero atrapada, recordando unos versos atinados de Palés.

            Si examinamos el "pensamiento" de Paco Salazar sobre Lulú se nota que   éste le ha propuesto tomar un coche; mas para Lulú es preferible andar a pie, los coches tirados de caballo le resultan sucios; mejor sería un automóvil (imagen de la modernidad):

Paco sintió una secreta indignación ante el capricho. Un automóvil era un deseo propio de una mujer como aquella. Sí, lo tendría apenas expresara sus deseos á quien pudiera pagar á aquél alto precio una caricia de la rubia bellísima. Y recordaba inexorable:) ¿Qué había hecho en París, en Roma, en Londres aquella muñequita de oro y alabastro, que jugaba con automóviles y corazones? (p.37)

 

            Según Goldmann, todo comportamiento humano tiene el carácter de una estructura significativa; así, nos dice, el estudio positivo de cualquier comportamiento humano reside en el intento de volver asequible esta significación por medio de un esclarecimiento de los rasgos generales de una de esas estructuras parciales.  Pero añade que estas deben ser insertadas dentro del estudio de una estructura más abarcadora cuyo funcionamiento es lo único que puede expresar la génesis.[20]

            Al plantear la idea de que la estructura significativa coherente de esta novela es la oposición entre los intereses individuales vs. las necesidades colectivas, creo que existen dos subestructuras que pueden denominarse con la palabra trauma e impotencia.  Pero, forzoso es preguntarse), ¿trauma de quién?  La experiencia traumática se asume a veces en actuar como si no pasara nada.  La impotencia se trasluce en las ejecutorias del segundo personaje principal Ibarra, aunque arropa de manera más sutil a Salazar y sin duda subyace en las actividades de ánimo colectivo que el autor-narrador “denuncia” en sus pintorescas descripciones de la ciudad. Ya José Juan Beauchamp [21] ha señalado que "hubo `trauma' pero también hubo muchas contradicciones y complacencias.  La nómina total de escritores, que se unieron al Partido Republicano, está todavía por hacerse."  Por supuesto, es de considerar el hecho de que la respuesta literaria de Pérez Losada es de radicalismo literario.  Pérez Losada no se representa como extranjero, pero no se puede olvidar que no habla la voz de un colonizado; no se puede asumir tampoco que habla un oficialista opresor por el hecho de ser de origen español:  un examen de la vida de Pérez Losada nos presenta una individualidad curtida en la lucha por la vida y en ningún momento un privilegiado. ¿Qué tenemos entonces?  Yo creo que la literatura “comprometida” y denunciatoria de  El manglar y aun de su predecesora La patulea es posible por varias razones: Primero, Pérez Losada es un hombre profundamente comprometido con lo puertorriqueño, se siente puertorriqueño; de San Juan, ha vivido aquí desde los diecisiete años; ha sido un hijo más del país. Dos, es hispanista en el sentido abarcador de la palabra y por ello reafirma la puertorriqueñidad y tres, como hijo de España, siente el sacudón de la guerra hispanoamericana y reacciona de tú a tú ante la cultura invasora, por eso su palabra es directa y desenmascaradora del mundo de cuño nuevo norteamericano.  Al así hacerlo se convierte en el portador del máximo de conciencia posible, de su grupo, en este caso los intelectuales. [22]  Escarpit señala que :

            El grupo social que tiene una identidad literaria más precisa es el grupo cultural.  Hemos visto, por otra parte que la categoría de los cultos está en el mismo origen de la noción de literatura. Los cultos, que al principio constituían una casta cerrada, no se identifican, hoy, ni con una clase ni con un estrato social, ni siquiera con un grupo socioprofesional.  Se podría definir a los cultos como las personas que han recibido una formación intelectual y una educación estética bastante activa para tener la posibilidad de formar un juicio literario personal, con tiempo suficiente para leer y recursos que les permiten la compra regular de libros.  Fijémonos que se trata de una definición potencial y no real:  numerosos de los cultos carecen de opinión literaria, no leen jamás y no compran nunca libros, pero podrían hacerlo.

            Este grupo de los cultos correspondía, antiguamente, a la aristocracia.  Posteriormente se identificó con la burguesía culta, cuyo baluarte cultural era la enseñanza secundaria clásica. [...] Corresponde a los que hemos llamado “medio literario”, en el que se reclutan la mayoría de los escritores.  Es también en este medio donde se reclutan todos los que participan en el hecho literario, del escritor al universitario que hace historia de la literatura, del editor al crítico literario...[23]

 

            Un factor a no perder de vista es que Pérez Losada pertenece a una elite culta: a los “cultos”, como dice Escarpit, la elite de los intelectuales, ya que fue periodista y escritor.  En este sentido, y de forma independiente tendríamos que indagar a profundidad dentro de la obra para percibir la visión de mundo que finalmente identifica al sujeto colectivo de la creación que está detrás de esta novela.

            Los intelectuales no son una clase social; acaso un grupo social que procede de diversas clases, aunque la naturaleza del escritor, por lo general, le agrupa en el área de los pequeños burgueses.  Hay sí interés de clase, que puede estar en la perspectiva consciente o inconsciente que asume el autor.

            Según Bajtin:

Es el autor quien confiere la unidad activa e intensa a la totalidad concluida del personaje y de la obra; esta unidad se extrapone a cada momento determinado de la obra. La totalidad conclusiva no puede, por principio, aparecer desde el interior del protagonista, puesto que éste llega a ser nuestra vivencia; el autor no puede orientarse hacia el interior de su héroe, la conciencia de la unidad desciende al autor como un don de otra conciencia, que es su conciencia creadora.  La conciencia del autor es conciencia de la conciencia, es decir, es conciencia que abarca al personaje y a su propio mundo de conciencia, que comprende y concluye la conciencia del personaje por medio de momentos que por principio se extraponen (transgreden) a la conciencia misma. [...][24]

 

 

            Recurro a esta cita para apoyar la idea de que Pérez Losada crea el personaje Jorge Ibarra como un ejemplo típico del intelectual puertorriqueño del periodo novelado.  No es tampoco ningún juego de niños para cualquier intelectual pasar de ingenuo ante la magnitud del poder del imperio que había plantado su garra de poder en el Caribe.  Es preciso considerar la respuesta que originalmente recibió la llegada norteamericana a la Isla.  El recuerdo del periodo de los compontes estaba fresco en la mente de todos.  Y, sin embargo, aunque sería larga la capacidad de espera y la esperanza de ver manifestarse el progreso, las promesas, las acciones, aun la misma figura de Teodoro Roosevelt haría sentir una extraña y confusa incomodidad a más de un intelectual que tuviera en cuenta la magnitud del acontecimiento.  No hay que olvidar que es a ese mismo Roosevelt a quien Darío le canta en una mezcla de estupor admirativo y terror pánico:  "Y pues contáis con todo. / Falta una cosa:  Dios."  Martí, por otro lado había empezado a usar una palabra que se haría inescapablemente popular a partir de la década del sesenta:  imperialismo.

            Visto en términos generales, Pérez Losada alcanza en estas novelas  ( específicamente en  El manglar),  el máximo de conciencia posible que demuestra una visión de mundo de los intelectuales del momento.  Por otro lado, pone de manifiesto una extraordinaria contradicción que se hace patente en la postura de hablar pero no hacer nada de su protagonista principal, optando finalmente por posponer el proyecto o encuadrarse en un radicalismo de rebelde, derrotista (impotencia); postura que ha sido observable en la política de buena parte de la izquierda puertorriqueña en años anteriores al periodo de radicalización durante los finales del 60 y buena parte de la década del 70 (y aun a inicios del 80).  Es decir, nos plantea una  una visión de mundo con todas las contradicciones; como lo es, por ejemplo, la constante actitud frustrada de Ibarra, su patriotismo de martirologio el cual se estrella contra la realidad evidente de la fuerza y el poder del nuevo régimen.  Hasta en el capítulo VIII de El manglar, de notable efervescencia popular ficcionalizada, notamos la percepción que de las cosas tiene Ibarra o más bien, el discurso de la voz narrativa, que representa, dentro de este universo novelesco, en buena medida, la voz del autor.  Si leemos particularmente atentos a la dicotomía individuo (Ibarra: conciencia juzgadora) y multitud, como totalidad desorientada, conmocionada, nos percatamos de que cuando Ibarra se acerca la multitud ésta "oía con indiferencia el relato que hacía el propagandista de la odisea de unos huelguistas que habían pedido en las haciendas de caña de Arecibo, un poco más de jornal." (p. ll2 subrayado mío)  Para resumir, incluso el rompehuelgas es suplido por la zona empobrecida del cafetal, dejando patente la visión de mundo que trasluce Pérez Losada:

            El hambre de la altura había hecho fracasar la huelga. A los ingenios paralizados por falta de brazos, llegaron en avalancha los hambrientos de otras comarcas, en demanda del trabajo que los huelguistas rechazaban al precio que lo venían haciendo; pero la racha de quienes buscaban un pedazo de pan ganado con cualquier trabajo fue tan enorme, tan rápida, que ni las desesperadas amenazas de los que veían fracasar su intento con aquella invasión que bajaba de los cafetales en ruina... (p. ll2)

 

            Desde esta perspectiva, y visto con el lente de Goldmann, las masas se rigen ahora por valores de cambio manifestándose la agonía de sus ideales.  En el capítulo V se da una descripción de Jorge Ibarra, como ejemplo de esa agonía:  "pálido, envejecido, descuidado en el vestir, pero elegante, con la natural elegancia de hombre distinguido."  Cuando le habla a Paco Salazar, nos lo describe de este modo:

            [...] en una indolencia de hombre cansado, abatido.  "No iba a ninguna parte.  Estaba enfermo, desengañado, que era lo peor...  Salía por las noches, cuando las calles estaban solas... y escribía en su casa tres ó cuatro horas... un artículo para un diario que le pagaba dos pesos (una miseria!  Pero con eso vivía... además trabajaba en un libro, un libro revolucionario, un azote, algo nuevo." (p.81)

 

            No obstante su estado de ánimo, de abatimiento moral, manifiesta claramente su incapacidad, aparte de que su desempeño en la trama lo hace ver como un hombre de pensamiento y no de acción, poniéndose, de este modo, en evidencia una indudable actitud de derrota e impotencia.  Lo cual pone de manifiesto la visión del mundo del sujeto colectivo, causada por el trauma de la invasión y asociado al grupo social de los intelectuales, los cultos según la tesis de Escarpit.  Esta visión de mundo es, además, patológica porque el héroe se desenvuelve en “un mundo enfermo”, como lo llamaría Zeno Gandía y traumatizado por el inmenso cambio socio-político y cultural.  Presenta el mundo dividido entre las masas, el campesinado empobrecido que viene al “manglar” que es la ciudad y también a la alta sociedad sanjuanera.  La parte enferma de esa sociedad son los desposeídos, pobres, trabajadores desempleados que Pérez Losada cataloga con nombres colectivos para darle connotación de conglomerado.  Por otro lado particulariza a los cultos, a los personajes intelectuales que le sirven de contrapunto quienes también participan de esa visión enferma pues son impotentes para transformar el mundo, los que terminan asimilándose como el  caso de Salazar o huyendo al campo como Ibarra.  Veamos.

            En el capítulo XVII, al enterarse de que el verdugo cobraba 200 "dollars":  "Ibarra se sintió humillado cuando pensó en el tiempo de trabajo que representaba para él  la ganancia de esa suma."  Veamos esta reflexión:

            Qué era peor, aquel dinero manchado con la ignominia de la inhumana procedencia, ó la miseria altiva que le acosó tantas veces en su vida penosa de luchador?  La pregunta dirigida á sí mismo le inspiró el auto desprecio que puso en su rostro pálidos rubores encendidos.  )¿Cómo era posible concebir aquello sin que la idea innoble profanara la suprema elevación del pensamiento, siempre puesto por él en cosas altas y dirigido á nobles empresas generosas?  (p.194-95)

 

            Retomando la forma de pensar de Ibarra, o que le adjudica Pérez Losada, en el capítulo VIII:

            En la fúnebre oscuridad de la trágica noche asistía á la muerte de su ideal acariciado por tanto tiempo.  Aquella ciudad que quedaba a sus espaldas, envuelta en la consternación de un desorden y en la pesadumbre infinita del pánico, aquella quietud paralizada, cataléptica, del puerto, aquel Hospital que presentía lleno de heridos, de agonizantes, allí a pocos pasos de él, todo aquel drama de sombra y de sangre, tenía una causa que él analizaba fríamente:  Y era por eso, por un poco más de pan, por un poco más de descanso en la faena abrumadora que solamente luchaban ya las multitudes. (p.116)

 

            La forma de ser de este personaje es sintomática:  cuando averigua que Enriqueta heredará de su marido norteamericano muerto (por culpa del mismo Ibarra, que lo persigue con una pistola cuando lo arrolla el tren). Esto es lo que piensa el "patriota":

            [...] Sietemil dollars... casi rica en relación con él.  No, ya no tenía que pensar en reparaciones de honra calumniada que se tomarían por el deseo egoísta de participar de aquel cambio de fortuna en su ánimo la noticia había causado impresión de desaliento... (p.223)

 

            Luego nos dice el autor:

 

            Así era él. Como aquel árbol misántropo que daba la impresión de tristeza de un náufrago en inútil demanda de auxilio, que elevara los brazos al cielo en un gesto de suprema desesperación antes de hundirse en el abismo. (p.225)

 

            Fundamentalmente, Pérez Losada nos presenta en su personaje de Jorge Ibarra a un ser derrotista y frustrado, con toda la decidida actitud:  "Era un fracasado, un vencido, que sobrevivía a su derrota en un suplicio de humillación y de tortura. (p.226)

            Poco más adelante:

 

            Pero, )¿y si él tuviera dinero?  Si cambiara su situación económica.  ¿El periódico de Salazar no podría ser una solución?  ¿Por qué la pluma que en otro tiempo le brindó recursos no habría de dárselos ahora? (p.227)

 

            A cada momento Ibarra es una voz denunciadora, feroz, implacable, pero sin fuerza moral:

            Se sintió fracasado, abatido, en la enormidad de su aislamiento, de su vida sin objeto, acorralado por las fuerzas contrarias que eran poderosas, por el ambiente de pasividad; agotado por la lucha sin descanso, sin éxito ni gloria, sin martirio, sin una persecución (sic) aparente que le rodeara de las simpatías exaltadas, de los que al verlo perseguido, le amase. (p.232)

 

            Y he aquí que:

 

            Le dejaban hablar, le dejaban escribir, como á los locos...  ¿)Pero es que se escribía y se hablaba por hablar?  ¿La palabra y la pluma, la oratoria y el periodismo, )no tenían una finalidad en sus campañas, y estas campañas no condensaban, por ventura, los deseos, las aspiraciones y las voluntades isleñas? (p.233)

 

            Pues:

 

            Si la palabra y la pluma se habían hecho inofensivas, si el gobierno nada tenía que temer del golpe de esas armas inútiles, ¿)qué arriesgaba con dejárselas manejar como un juguete, un trágico juguete al pueblo niño? (p.233)

 

            Así que:

 

            ¿No fue mejor que en vez de locos ó en vez de niños, les juzgasen hombres como los dominadores, hombres, como todos los hombres de todos los pueblos, aunque contra ellos desatara la tiranía, una tiranía brutal, las prohibiciones de la fuerza, las severidades de una reacción osada, insolente, bravucona, sin la mascarilla de la democracia, apoyada en la fuerza de la represión, sin alardes de mentido respeto á una libertad falsificada? (p.234)

 

            Es interesante notar que el recurso de "ironía" o distanciamiento con respecto al personaje se cumple aquí cabalmente; dice el narrador:

            Comenzó a escribir nerviosamente.  Llenaba las cuartillas con rapidez vertiginosa. Eran unas frases quemantes, unos párrafos soberbios de inspiración, fulminadores, elocuentes. (p.234)

 

            Todo así, al contrapunto de la personalidad quijótica y sin la valentía directa del Quijote.  Ya anteriormente Pérez Losada lo ha ubicado:  “Ibarra se llevó la mano á la frente, y lanzó mirada de iluminado sobre las cuartillas sin empezar.” (Ibid.)  Pese a todo esto, la ilusión se deshace pues Paco Salazar cambia de idea y ya no habrá periódico.

            En cuanto a la presentación que nos hace Pérez Losada del conglomerado social y la composición racial del mismo, destacado en las multitudes, se nota su preferencia por destacar los criollos europeizados, de primer plano, y luego los demás componentes afectados esencialmente en lo cultural y lo económico por el cambio que representa el nuevo régimen.  Fernando Picó, citando José Luis González, comenta en su Historia general de Puerto Rico que:

            Para finales del siglo 19 todavía estaban deslindados, con la precisión que brindaban las rupturas sociales, los ámbitos culturales del negro, del jíbaro y del criollo europeizado.

 

            Todavía no había comenzado a estructurarse el cuarto piso de los puertorriqueños norteamericanizados.[25]

            Por lo que sabemos del autor de El manglar tendríamos que ubicarlo, invirtiendo el tercer "piso", en los europeos criollizados, que esto sin lugar a dudas también fue, independientemente del análisis de González.  Además, si nos atenemos al mundo recreado en la novela, el autor presenta el proceso de norteamericanización como uno arrollador e incoercible que deja poco sin tocar:

 

            [...]En todos los órdenes de la vida puertorriqueña, la americanización invadía jurisdicciones inviolables en un atentado rudo a la integridad puertorriqueña. (p.298)

 

            Por el lado de lo colectivo, que contrapuntea con la visión individualista de los personajes Lulú y Paco Salazar / Ibarra y Enriqueta, se evidencia  el signo multitudinario; sobre todo el interés del autor por crear un personaje colectivo en todo momento.  No creo necesario hacer un catálogo de todo esto, pero me referiré al artículo mío ya citado al inicio de este trabajo:

            Además del nudo sentimental-carnal, en la obra concurren en sus páginas, bajo visión crítica: la americanización, la lucha socio política, la burocracia, las contradicciones de la ciudad, la vida citadina, la opresión, las multitudes.  De hecho, una de las características de la obra es la frecuencia con que las multitudes hacen presencia en los troles, en el tren, en la plaza del mercado, en los mítines políticos: recibimiento al presidente o mitin socialista, huelgas, camino del trabajo o en las calles.  En sus páginas asistimos a un leprocomio en Isla Cabras, a una ejecución en la horca, a una huelga muellera y su subsecuente represión que torna a San Juan en una ciudad en estado de sitio. Aparecen en sus páginas referencias a Rubén Darío (otra evidencia de que el modernismo no estuvo tarde por la Isla), el relato, de hecho un capítulo entero, de la primera emigración de puertorriqueños a Hawaii; se nos presentan escenas de picardía popular, pero sobre todo, la denuncia frontal permea sus páginas sin perder su valor ficcional...[26]

 

            Según Zorrilla Castresana[27]el sistema social se estructura y, en cuanto a sistema social, desarrolla una serie de roles que, a su vez, están también estructurados como las funciones de donde se originan.  De acuerdo a este autor, las relaciones entre los sistemas de relación de una sociedad global pueden ser tales que, en un momento dado, un sistema sea dominante, en el sentido que tenga más autonomía que los otros.  El sistema dominante, dice, reduce así los anacronismos de los cambios sociales.  Para los sociólogos marxistas, el sistema dominante es el económico.  Conforme a  este autor, quien a su vez cita a R. Dahl, un gobierno lo es a partir del momento en que sostiene con éxito la pretensión al control exclusivo de la utilización legítima de la fuerza física en la aplicación de sus reglas en el interior de un espacio territorial determinado.  También aclara que el conjunto de roles a los cuales el poder está vinculado constituye el gobierno. Por otro lado, Georges Balandier[28]nos dice que la sociedad colonial tiene sus clanes  o facciones, no es homogénea más o menos rivales con su propia política indígena.  Como indica Fernando Picó[29] al referirse a la ley Fóraker (motivo de la visita de Roosevelt a P.R.):

            En ninguna coyuntura de la historia  política de Puerto Rico desde l868 ha estado el país tan inerme ante una decisión legislativa tomada fuera de la isla  como lo estuvo en los primeros meses del l900.

 

            Inmediatamente añade Picó:

            La ley que el Congreso pasó finalmente para establecer un gobierno civil en Puerto Rico fue resultado de varios entendidos entre las facciones congresionales, pero muy escasamente reflejó las aspiraciones  de los sectores dirigentes del país.  En cuanto a las masas puertorriqueñas, nadie consideró necesario consultarles.

 

            Picó se refiere a la confusión de los líderes puertorriqueños "poco avezados en la dinámica de la política norteamericana".  En este sentido podemos hablar de trauma con la definición que le da el Diccionario Larrouse, que lo defina como equivalente a traumatismo:  no sólo herida, sino:  "Trastorno psíquico producido por un choque."

            Dentro de todo ese liderato, los intelectuales —que necesariamente estaban entre las clases provenientes de hacendados y comerciantes—, y cuyo rol dirigente se trastocaba ante la desarticulación de su poder influyente, o al menos efectivo, ante la conmoción del "cambio de soberanía", sobre todo, resultaban tocados por dicho trauma.  Sobre todo si tomamos en cuenta que, en el importante periodo de cuaje de nuestra nacionalidad, la burguesía criolla demostró tener una importancia incuestionable.  Sin embargo, preciso es señalar que la idea de una burguesía criolla ha sido notablemente puesta en duda por Picó:

La hipótesis de una burguesía criolla descansa en el supuesto de que existe una cierta homogeneidad entre los sectores dominantes que posibilita la definición de una identidad nacional en base de sus intereses. [...] Sobre todo el hecho de que las élites del Puerto Rico del siglo l9 no prevalecieron debilita la hipótesis de una burguesía criolla.[30]

 

            Tanto criollos como peninsulares, en cuanto facción de clase interesada, recibieron con igualdad de confusión la nueva situación.  (Me refiero a la clase dirigente de la que nos habla Picó).  Las cosas no andaban tan mal por las reformas españolas de la república, pero no eran las mejores y los problemas gravísimos con el resultado de que a la invasión hubo cierto despelote comercial y los comerciantes americanos vinieron a pescar en río revuelto.  Con el asunto del poder político y el nuevo carácter colonial después del breve periodo de autonomía y reforma, la elite dominante e intelectual tenía frente a sí  un problema "traumático", que recoge admirablemente Pérez Losada tanto en La patulea como en El manglar.  Podemos decir que este autor que no era un miembro de la elite propietaria (aunque sin duda un protegido de la misma), hijo adoptivo del país y, por ende, sin anclaje colonial bajo los españoles, pero con equilibrio suficiente (y el talento literario) para cuajar en estas dos obras un máximo de conciencia posible no solo de la elite intelectual sino de la clase hacendada y comerciante liberal a la cual estuvo vinculado.  Ello no es óbice para  que resulte destacable la conciencia popular que exhibe a través de toda la novela.  Es a través del personaje de Ibarra (y de Salazar, también) que las contradicciones de postura del pretendido líder patriótico (quien por otro lado, funge de conciencia denunciadora) se hace a no dudar, patético.  Su perspectiva es la de ubicarse en una posición dominante respecto a otros personajes que están debajo de él en la escala social.  Esto se nota más en las actitudes de dar limosna y aun el altruismo que ya hemos visto en Ibarra para con Enriqueta.  Veamos:  “Salazar no era ya el hombre en que había confiado creyéndole un fervoroso adepto de la causa por él defendida.” (p.248)

            Luego:

 

            Paco Salazar ya no pensaba en otra cosa que en su idilio; quería aprovechar, desquitarse de su abstinencia amorosa, gozar de su conquista en una abstracción de hombres y cosas. (p.249)

 

            Ahora Jorge Ibarra a las preguntas de Salazar sobre sus planes, sobre el porvenir:

            ...él no abdicaba nunca, sus ideales no podía abandonarlos; él no era de los que se doblegaban ante las circunstancias ni buscaba fáciles acomodos.  La lucha en él era una convicción, una necesidad. (p.254)

 

            Y más tarde:

 

            Casarse con Enriqueta y educar aquel niño en sus ideas para que su ideal no pereciera cuando él con toda la generación actual, ó antes que ella, desapareciera en la irremediable evolución de la muerte. (p.285)

 

            A fin de cuentas:

 

            La obra redentora, su ideal, no moriría con él. Pertenecía á su pueblo y en su pueblo enarcaría de nuevo cuando sus manos de vencido dejasen de tremolar la bandera augusta del derecho...

 

 

            Más adelante, se percata que proyecta tener un hijo propio, no solamente criar el de ella que es hijo de norteamericano y puertorriqueña.  Prefiere dejar su herencia de lucha, de porvenir en un hijo puertorriqueño por ambas partes.  De ese modo, supone la idea una colocar la responsabilidad en manos de una nueva generación de puertorriqueños, la lucha que él dejara trunca :

            …empezó a darse cuenta de la acechanza urdida por el redentorismo, en los constantes aplazamientos para el futuro de las reclamaciones imperiosas formuladas en apremiantes requerimientos del patriotismo exaltado (p.286)

 

            Resulta interesante cuando más adelante se pregunta:  “¿)La libertad para quién?” (p.287)  A lo cual contesta:

            Latinos y sajones deberían darse el abrazo de hermanos en la tierra de América, para seguir la causa noble de la civilización del mundo pero el clamor de los oprimidos denunciaba la gran farsa del redentorismo expoliador.  Se quería cometer el gran crimen colectivo de acabar con un pueblo, para dejar la tierra libre, la bella tierra de promisión como un ensueño de fantasía a la patulea vencedora. (p.288)

 

            Y a pesar del tono valiente y certero de su crítica resuelve:

            Ibarra se oprimió con ambas manos la frente atormentada y siguió mirando al porvenir, como si quisiera en aquella noche de desolación descubrir sus más pavorosos secretos y penetrar sus negruras amargas.  Se reprochaba el apocamiento que le había llevado a confesarse inútil para lo que otros hombres vulgares resolvían.  Tener una casa, una mujer, un hijo, para afianzarse en el mañana.  )¿Qué hacía falta para ello, dinero?  Pues si la pluma no se lo daba, arrojaría la pluma por inútil e inservible.  Sentíase otro, como en sus mejores años de entusiasmo, de bohemia preocupación, cuando las incertidumbres del porvenir no habían puesto vacilaciones en su senda. Ya era otro, y ahora quería penetrar en el futuro con la transfiguración de una nueva carne, redivivo en su hijo, en el hijo de él y de Enriqueta, porque era de aquella mujer sublime que habría de nacer el heredero de su nombre y el continuador de su obra. (p.290)

 

            Finalizamos las ideas o ideologías expresadas por éste y el otro personaje porque recogen lo que serán después en la literatura y en la historia una constante cíclica, de impotencia:

            [...]Después de todo la lucha era imposible, y muy corta la vida para empeñarla toda en una campaña sin más término que el fracaso o la muerte.  Salazar hablaba en pesimista y se confesaba vencido; así lo estaba él aunque no quisiera reconocerlo. Maniatado, inútil, sujeto á la impotencia de la acción y casi amordazado en el acecho de las leyes inexorables y en la indiferencia de los suyos. (p.296)

 

            Aquí, en esta novela se halla la raíz de la docilidad de la que luego hablaría  Marqués.  También aquí encontramos el inicio de la literatura de la vuelta al campo que Laguerre (y otros también), desarrollaron años más tarde; una pequeña muestra lo deja claro, veamos:  “Quedaba un elemento sano, el campesino.” (p.298)

            Luego, el personaje de Ibarra,  toma la decisión de irse con Enriqueta a llevar su ideal al campo.  Resulta interesante la homología que se establece entre el personaje femenino de Lulú que viene a ser una representante del nuevo orden, en tanto Enriqueta se homologa con la Isla, es la mártir, la enferma, la maltratada por el esposo americano, etc.  Y bien traída la duda que se establece en la mente de Ibarra porque Lulú le embruja con su coqueteo; al final de cuentas Ibarra consigue quedarse con Enriqueta que, a fin de cuentas, le resuelve el problema económico con la herencia del norteamericano. Tanto él como Salazar han claudicado, pero Ibarra, más delicadamente, tiene su propia explicación explicación:

Recordaba las insinuaciones de Paco Salazar para que, como él, transigiera con lo que no tenía remedio, con lo que había dispuesto la fatalidad inexorable... Pues no, él no transigía. Aún le quedaba una esperanza, una ilusión que acaso se esfumara como todas las que habían iluminado su vida de luchador, pero á ella se aferraba, con todo el vigor reconcentrado de sus empeños póstumos.  Muy pronto dejaría la ciudad en que tanto había sufrido, en que había visto morir una á una sus ilusiones de la primera juventud. (p.312)

 

            La novela finaliza con la ironía del héroe degradado en su búsqueda de valores incompatibles con el mundo:  “saber que ya no estaba solo, para disculpar el egoísmo de aquella multitud que pasaba sin verle, y á la que había dado su juventud, su vida de muchos años...” (p.312-13)

            Entonces adquiere el galardón que es el amor de la mujer; no se sustrae la distancia o ironía con que le trata Pérez Losada:

            Oyó sus pasos... Venía la santa, su recompensa, su premio.  Sintió una fuerza inexplicable, una sensación de eternidad...(Ya tenía un amor, ya era fuerte otra vez! (p.313)

 

            Así da por fin la narración: Con la sustitución de los valores de uso por los valores de cambio, mediatizados por la ideología de la ilusión, del amor idealizado, en tanto que en Salazar lo que está en juego es un erotismo crónico exacerbado por la personalidad casquivana de Lulú, que ha coqueteado con Ibarra aun después de que ya había formalizado con Salazar.  La situación es obviamente bufa, pues Salazar se acomoda a la burocracia para mantener las tonterías de Lulú que, es de presumir, no será duradera; por el otro lado, Ibarra ha seguido un camino de renunciación impotente más prolijo, pero igual de degradado porque ha terminado aceptando el dinero, la herencia de Enriqueta (indirectamente); y todas sus conjeturas son meras lucubraciones para justificar su conciencia.  Incluso, su ida al campo— a él le consta, en cuanto a personaje— no significará nada desde el punto de vista social y que el día que ello ocurra allí acudirán los más fuertes:  "Cuando las cosas cambiasen, ya irían por allí los propagandistas á sacar el partido posible de la organización para entonces reservada." (p.298)  En definitiva, una suprema ironía narrativa, hábil y magistralmente contada.

            Debemos, finalmente, al estudio de Gómez Rivera [31] el encuadre naturalista de esta obra; también señala la influencia modernista de su prosa algo que, realmente yo no veo tan claramente. Según este autor, hay un "afán esteticista" que él identifica como modernista:

En Pérez Losada hay un afán constante por ser elegante en el decir.  Este afán se refleja no solo en sus paisajes líricos sino también en las más crudas descripciones naturalistas.[32]

 

            Me parecen típicos del naturalismo los marcados elementos eróticos de la obra, el amor está flanqueado por el interés y ninguna de las heroínas es virgen, excluyendo así elementos románticos. La mirada crítica y penetrante, bien de Ibarra bien del narrador, resulta casi "científica", lo cual recalca la visión de mundo que recorre esta obra ( e incluso su asociación con las ideas modernistas, resulta igual de evidente).

            En el episodio del convento, el celibato de las monjas se ve como una horrenda lucha por la pasión corporal: "cuántos anhelos estrangulados por el terror, ensombrecidos por la visión horrenda de infernales castigos..." (p.49)  La irreligiosidad resalta cuando nos habla de "la bella farsa del calvario" y se nota la influencia religiosa de aglutinación de masas, en el capítulo XIII, en que menciona al hombre-dios o hermano Cheo.

            En el capítulo VIII, la escena del hospital, aunque matizada por el tono testimonial y de denuncia, atiza rasgos naturalistas. Sin embargo, la escena del sanatorio de Isla Cabras es contundente en sus descripciones; ejemplo:

Se fijó en los rostros espantables, en las manos horrendamente  mutiladas, las falanges caídas, ulceradas las falanginas en inminente desprendimiento y todo de un color vinoso, asqueante.  Algunos estaban ya sin nariz, dejando en descubierto espantosas concavidades purulentas, de aspecto nauseabundo... (p.240)

           

            Este realismo grotesco de que habla Bajtin[33] se completa con la sugerencia del baile de leprosos; o la noticia del poeta (¿?) leproso, que en el discurso le hace decir al autor:

Era la paradoja de lo sublime en lo horrendo.  La imaginación creadora de la belleza junto á las asqueantes lacerías de una monstruosidad espantable.  Una mariposa que de pronto se viese aprisionada en la larva. (p.244)

 

            Para Zeno Gandía tal charca es una imagen del mundo descompuesto socialmente, la charca como algo estancado y sin posibilidades de movilidad; pútrida. Pérez Losada ensaya un tanto la imagen aquí en el mundo costero y citadino de San Juan:  “Sí; había que alejarse del manglar con sus emanaciones palúdicas, con sus amagos constantes de enfermedades terribles...” (p.299)

            Es interesante señalar que la casita humilde donde Ibarra convive con Enriqueta (¡¡¡sin cohabitar sexualmente!!!) está "casi metida en el manglar"; y que de los rumores que calumnian a Enriqueta, indica: "La calumnia había salido de aquellas casuchas, nació entre la pobre gente, ó venía desde la ciudad, de allí, del otro manglar, de San Juan... etc. (p. l51)  El hecho de que el autor recurra a los elementos evidentes del naturalismo reafirma su particularidad, respecto a la visión de mundo puesto que presenta un mundo enfermo, en este caso bajo la imagen de un manglar, imagen de estatismo a no dudar.

            Cesáreo Rosa Nieves, citando a Rafael Martínez Nadal, muestra que:

[...] Termina la obra con la fuga de Lulú hacia Estados Unidos y el logro de la soñada felicidad de Ibarra y Enriqueta, que se proponen adquirir la tierra que le quitaron al viejo por no haber podido pagar las contribuciones.[34]

 

 

            Según Rosa Nieves,[35] Pérez Losada se vale de la narración para hacer valientes críticas sociales:  “los salarios de hambre de los escritores de Puerto Rico, la vida lamentable de la gente de los arrabales (la Perla, por ejemplo), el régimen yanqui, atropellando a los nativos, y el vicio, el hambre y la prostitución que nacen como resultado de la colonia.  En la pluma de Pérez Losada asoma un tono polémico de anticlericalismo, actitud también muy vigente en Pérez Galdós y los hombres de la generación del 98 en España.

Conclusión.

            En resumen, creo que El manglar es una obra abierta, con enormes posibilidades de estudio que, desde luego, apenas pueden tratarse con detalle en una monografía.  Sin embargo, quiero reiterar su carácter de obra sociológicamente válida en la que su autor dota a nuestro acervo literario de un documento de ese tiempo magistralmente retratado y a la vez de una obra que, a la luz de la sociología literaria, ubica su época y a los intelectuales de la misma dentro de una perspectiva más clara respecto a las relaciones entre el escritor y su sociedad.  Nos presenta la misma las circunstancias de impotencia, trauma individual colectiva y franca descomposición social mediante la organización del relato o relatos principales entre los colectivo y lo individual confrontados antes los valores ascendentes del nuevo detentador de la soberanía política de la colonia.  Demuestra una decidida opinión ante los hechos de asimilación cultural y política.  Y, por supuesto, desde el punto de vista ideológico, recoge el desamparo de los personajes prototípicos  ya discutidos, para ubicarnos en sus dinámicas de degradación, impotencia y claudicación.  Muy legible y entretenida, singularmente destacable como documento, como obra naturalista y como literatura de lo urbano en Puerto Rico; es además una obra de gran contenido político cuyo análisis sociológico he querido iniciar, a modo de ejercicio, con la esperanza de haber logrado, al menos, un aceptable intento.


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 [1] Reynaldo Marcos Padua. El manglar: primera novela de la ciudad en nuestra literatura. Claridad /En Rojo, 6-12 de marzo de l981, p.10-11.

[2] Ibid. p. ll3.

[3] Ver Carmen Gómez Tejera.  La novela en Puerto Rico.  Cap. V “La novela realista”, y “La novela naturalista”, pp.67-95.

[4] José Juan Beauchamp.  La novela puertorriqueña: una estructura de resistencia, ruptura y recuperación. Casa de las Américas. Año XXI Núm.124, enero-febrero de l981. p.67.

[5] Ibid. p. 68

[6] Debo este dato a la gentileza de Margarita Maldonado, autora de la tesis de maestría,  Garduña; el mundo del azúcar y el drama de una confrontación. Departamento de Estudios Hispánicos ( 1993, inédita).

[7] R. Martínez Nadal, citado por Carmen Gómez Tejera, op. cit. p. 82.

[8] Ibid.

[9] Ibid. p.82-83.

[10] Introducción a los problemas de una sociología de la novela. Tomado de: Para una sociología de la literatura. Mimeografiado. 24 p. (s.f.) He podido constatar dos versiones al español de dicho trabajo en fichero, pero no he manejado los libros. Estas son: una de Madrid: Ciencia Nueva, l964 y otra de Madrid:  Ayuso, l975. Es posible que la traducción mimeografiada pertenezca a una u otra.

[11] Manuel Gómez Rivera. José Pérez Losada: Vida y obra. Tesis de Maestría, Departamento de Estudios Hispánicos, U.P.R. Río Piedras. Mayo de l965,  p. l6.

[12] J. Pérez Losada. La patulea. San Juan: Boletín Mercantil, l903. (Información sobre esta fecha tomada de Carmen Gómez Tejera  La novela en Puerto Rico: Apuntes para su historia.  El libro en fotocopia no provee la información.)  Cesáreo Rosa Nieves da la fecha de l907 en su Historia panorámica de la literatura puertorriqueña p.732.

 

[13] J. Pérez Losada. El manglar. Novela puertorriqueña (2a. parte de La patulea).  San Juan: Boletín Mercantil, l909.

[14] Ibíd. 10

[15] Restituto Zorrilla Castresana. Sociología de las manifestaciones. Bilbao: Editorial Española Desclée de Brouwer, l976.

[16] Ibíd. p. l9-20.

 [17] Op. Cit.  p. 3.

 

[18] Mijail Bajtin. Estética de la creación verbal. Trad. de Tatiana Bubnova. México: S.XXI, l982.

[19] Francisco Manrique Cabrera. Historia de la literatura puertorriqueña. Río Piedras: Cultural, l975 (sexta reimpresión).

[20] Lucien Goldmann. Marxismo y ciencias humanas.  Buenos Aires: Amorrotu Editores, l975. p. l8.

[21] José Juan Beauchamp. La literatura de la crisis social y cultural de la identidad nacional puertorriqueña(l925-l949): un ensayo de apertura. (Parte II) 22 conferencias de literatura puertorriqueña. p.329

[22] Robert Escarpit, Sociología de la literature. Escarpit señala que para situar a un escritor dentro de la sociedad, la primera precaución es informarse de sus orígenes.  Y recurre a una tabla de análisis que ubica desde la aristocracia, el clero hasta las clases trabajadoras y campesinas.  De ahí procede a plantearnos el recurso del medio literario, que significa básicamente que la zona media produce los escritores “estadísticamente”.  Dice:  “Este fenómeno del medio literario  es característico del siglo XIX y del siglo XX. P.42-43

[23] Ibid. p.71

[24] Mijail Bajtin. Estética de la creación verbal.  p.118.

[25] Fernando Picó. Historia general de Puerto Rico.  Río Piedras: Huracán, l986.p.219.

[26] Loc. Cit. p. l1.

[27] Op. Cit. páginas 30 y 3l.

[28] Georges Balandier. El concepto de situación colonial. p.27

[29] Op.Cit. p.232

[30] Op. cit. p.206.

[31] Loc cit.p.21-22

[32] Ibid. p. 28

[33] Op. cit.  p.28

[34] Cesáreo Rosa Nieves. Historia de la literatura puertorriqueña  Tomo I. p.732.

[35] Ibid. p. 733

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Reynaldo Marcos Padua

Profesor de Estudios Hispánicos. Narrador, poeta, antólogo e investigador literario. Interés por la música, conocedor de la música popular de tríos. Interés en la literatura hispánica en general de todas las épocas.

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